Erre C.A. apareció entre el correo que había subido.
—Ya podíaz habedlo decogido antes del cajetín, me eztaba quedando helao.
—¿Y porqué no entras en las casas como todo el mundo?
—Podque yo no zoy to er mundo.
—¿Qué tal te ha ido en la agencia?
—Bien. Me he cogido unaz vacasione.
—Joder, pero si sólo llevas un día trabajando.
—Ya, pedo eze mundo ez mu tresante. Me voy a la India.
—¿No había otro sitio más cerca?
—Zí, pero ya no van laz vacaz pod la calle, ni uzan su miedda de combustible. Y, ademá, el Gange no paza pod to loz zitioz. Y eze dío, pa una dana ez, una gosá.
—Pues como todas sean tan aficionadas al agua como tú… ¿Y cuánto vas a estar fuera?
—No zé zi volvedé.
Me volví para que no viera el impacto que la nueva había hecho en mí, y que, de seguro, mi semblante reflejaba.
—¿Tha entrao algo en el ojo, Mendugo?
—Sí —le contesté de espaldas—. Pero ya está. Ya ha salido.
—Yo teno un conosido que lentró una viga en el ojo y no ze la veía.
—Eso le pasa a muchos. No es raro.
—Pedo es que a éste le entó luego un vigo y tuviedon viguitas. Al final ze quedó soddo.
—Será ciego.
—No, qué va, soddo de laz odejaz. A laz viguitaz lez gustaba juegá con las cadacolaz de lozoídoz y andaban tan diztaidaz juegando que no hasían su tabajo.
—A veces pienso que me vacilas, Erre C.A.
—¿A veses?
—Ahora eres tú el graciosillo, ¿no?
Se sonrió, me cogió un purito, lo encendió y se repanchingó en el sofá.
—¿Qué vas a haser de sena?
—Ostias y pan frito —le pagué con una moneda que no merecía.
—Yo zolo quiero pan fito. Laz oztiaz no me zientan bien, y menoz pod la noshe.
—Lo que te digo… El rano está ocurrente.
—Ez queztoy contento —me guiñó un ojo y se hizo con los sobres. Los tiró hacia el techo y gritó:—. ¡Me güele el culete a vacasiones! ¡Mañana eztoy en la India! Y el que no pueda que se joda.
—Oye, colega, un poco de respeto.
—Pedo zi no lo digo pod ti, tío. Tú tabajas menos que la neudona de Bush.
—Mira, en esa apreciación coincido contigo. ¿No vas a hacer la maleta?
—¿Y qué iba a meted en ella? To lo que necesito lo llevo ensima.
—Es verdad. No había caído. No usas ropa, ni productos de aseo. Y los collares…
—¿Qué lez paza a miz collades?
—Nada. Solo iba a decir que los llevas siempre contigo.
—Pod ezo, que a nadie le impodta donde llevo yo miz cozaz. Y vete fiendo el pan que ya tengo musha hambe.
Como le vi un poco mosqueado no contesté su impetuosa impertinencia. Además, su viaje me había pillado por sorpresa. Mientras freía unas croquetas pensé en como es posible acostumbrarse a un rano de trapo, guarro, maleducado y okupa que te da la lata constantemente. Aproveché para darme un repasito y recordar a mi ego el motivo por el que me apodan Mendrugo:
—Si es que eres muy raro tío.
Como en las películas de amor, mi pareja no se había ido y ya la echaba de menos. Cuando le llevé la media docena de croquetas, para resarcirme de sus quedes, le pregunté:
—¿Sabes como se llaman estas pelotillas?
—Zí. Doquetas.
—Sí, y si son de pescado, Doquetas de Mad, no te jode. Por cierto, escribirás, ¿no? Aunque sea una postal.
—Edez máz antiguo que la envidia, Mendugo. En to cazo te pondé un codeo.
—Vale, con eso me conformo. Pero volverás…
—Ya te disho que ezo eztá pod vé.
Yo no cené y me fui al despachito a leer. Al poco le oí sentarse en su sitio preferido, detrás de mí. No volvimos a hablar esa noche, pero en un momento determinado le oí decir:
—No eztéz tizte, Mendugo, no medezco la pena. Ez mi vida y tu tienez la tuya.
Al final, me había dado una explicación.
—Ya podíaz habedlo decogido antes del cajetín, me eztaba quedando helao.
—¿Y porqué no entras en las casas como todo el mundo?
—Podque yo no zoy to er mundo.
—¿Qué tal te ha ido en la agencia?
—Bien. Me he cogido unaz vacasione.
—Joder, pero si sólo llevas un día trabajando.
—Ya, pedo eze mundo ez mu tresante. Me voy a la India.
—¿No había otro sitio más cerca?
—Zí, pero ya no van laz vacaz pod la calle, ni uzan su miedda de combustible. Y, ademá, el Gange no paza pod to loz zitioz. Y eze dío, pa una dana ez, una gosá.
—Pues como todas sean tan aficionadas al agua como tú… ¿Y cuánto vas a estar fuera?
—No zé zi volvedé.
Me volví para que no viera el impacto que la nueva había hecho en mí, y que, de seguro, mi semblante reflejaba.
—¿Tha entrao algo en el ojo, Mendugo?
—Sí —le contesté de espaldas—. Pero ya está. Ya ha salido.
—Yo teno un conosido que lentró una viga en el ojo y no ze la veía.
—Eso le pasa a muchos. No es raro.
—Pedo es que a éste le entó luego un vigo y tuviedon viguitas. Al final ze quedó soddo.
—Será ciego.
—No, qué va, soddo de laz odejaz. A laz viguitaz lez gustaba juegá con las cadacolaz de lozoídoz y andaban tan diztaidaz juegando que no hasían su tabajo.
—A veces pienso que me vacilas, Erre C.A.
—¿A veses?
—Ahora eres tú el graciosillo, ¿no?
Se sonrió, me cogió un purito, lo encendió y se repanchingó en el sofá.
—¿Qué vas a haser de sena?
—Ostias y pan frito —le pagué con una moneda que no merecía.
—Yo zolo quiero pan fito. Laz oztiaz no me zientan bien, y menoz pod la noshe.
—Lo que te digo… El rano está ocurrente.
—Ez queztoy contento —me guiñó un ojo y se hizo con los sobres. Los tiró hacia el techo y gritó:—. ¡Me güele el culete a vacasiones! ¡Mañana eztoy en la India! Y el que no pueda que se joda.
—Oye, colega, un poco de respeto.
—Pedo zi no lo digo pod ti, tío. Tú tabajas menos que la neudona de Bush.
—Mira, en esa apreciación coincido contigo. ¿No vas a hacer la maleta?
—¿Y qué iba a meted en ella? To lo que necesito lo llevo ensima.
—Es verdad. No había caído. No usas ropa, ni productos de aseo. Y los collares…
—¿Qué lez paza a miz collades?
—Nada. Solo iba a decir que los llevas siempre contigo.
—Pod ezo, que a nadie le impodta donde llevo yo miz cozaz. Y vete fiendo el pan que ya tengo musha hambe.
Como le vi un poco mosqueado no contesté su impetuosa impertinencia. Además, su viaje me había pillado por sorpresa. Mientras freía unas croquetas pensé en como es posible acostumbrarse a un rano de trapo, guarro, maleducado y okupa que te da la lata constantemente. Aproveché para darme un repasito y recordar a mi ego el motivo por el que me apodan Mendrugo:
—Si es que eres muy raro tío.
Como en las películas de amor, mi pareja no se había ido y ya la echaba de menos. Cuando le llevé la media docena de croquetas, para resarcirme de sus quedes, le pregunté:
—¿Sabes como se llaman estas pelotillas?
—Zí. Doquetas.
—Sí, y si son de pescado, Doquetas de Mad, no te jode. Por cierto, escribirás, ¿no? Aunque sea una postal.
—Edez máz antiguo que la envidia, Mendugo. En to cazo te pondé un codeo.
—Vale, con eso me conformo. Pero volverás…
—Ya te disho que ezo eztá pod vé.
Yo no cené y me fui al despachito a leer. Al poco le oí sentarse en su sitio preferido, detrás de mí. No volvimos a hablar esa noche, pero en un momento determinado le oí decir:
—No eztéz tizte, Mendugo, no medezco la pena. Ez mi vida y tu tienez la tuya.
Al final, me había dado una explicación.
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