domingo, 10 de febrero de 2008

Por una y última vez hablemos de política

La política que estamos viviendo no va más allá del encuentro entre dos personas que hablan de un problema ajeno sin intención de entenderse, ni de solucionar ese problema que se aborda. Da vergüenza ajena ver la tergiversación de datos, intereses, y frases que se aportan a un diálogo imposible, asesinado ya de antemano. Mortinato diría alguno. Evidentemente, estos lances acaban a gritos. Como si gritar diera la razón. Saben, sabemos, que no, pero siguen gritando. Y no son únicamente los enemistados e irreconciliables seudopolíticos los que nos venden la moto. Otros, también bajo la bandera, siempre hay una, de la libertad y la pluralidad, en y de expresión, fomentan el encontronazo. A éstos, seguros de que van a saltar chispas, y alegando temas de interés público y general, explotan la polémica, en muchos casos demagógica, de aquéllos, con el fin último de superar hasta su propia audiencia. Y algunos, incluso, van más allá: Pues si no retransmitimos la pantomima, no citaremos ni emitiremos imágenes de los pantomimeros. Todos, éstos, ésos, aquéllos, y algunos más, defienden sus tesis aduciendo que los importantes somos nosotros, seamos votantes decididos, votantes indecisos, átomos de una audiencia, feligreses convencidos o simples ciudadanos y consumidores. Saben que sin ese voto, sin ese apoyo, sin ese share, sin esa fe, no son nada. Y eso es lo que les importa verdaderamente. No nos confundamos, es lo que podemos darles lo que les interesa, no lo que somos o seremos. Desde el más alto representante del demócrata pueblo español, representación que curiosamente se heredará de padres a hijos, hasta la mínima instancia estatal, pasando por todos lo Colegios profesionales, juegan al juego de jugar. La política, y más en época electoral, se nos cuela por debajo de la puerta como un viento frío que, a mí personalmente, me entra por los pies y no me hace sentirme a gusto; me desasosiega. Termina llegándome a la esperanza de encontrarla antes de que se me hiele, de hielo y de hiel. ¿Cómo es posible tal desavenencia en las formas de llegar a un mismo punto? Es muy sencillo, lo que importa no es llegar al punto, sino ser el timonel del barco que lleve a cualquier lugar o a ninguno. Y si en mitad de la travesía hay que tirar por la borda peso muerto, pues se tira. Nadie va a querer que salte el timonel, aunque no sepamos dónde nos lleva. Sentirme peso muerto nunca fue mi sueño, ni mi pesadilla. Por eso, señores, uno que abandona el barco. Pero no me tiro al mar, no. Loco sí, pero no gilipollas. Me apeo en cualquier isla. Y si me tengo que inventar un Viernes para dialogar, pues me lo invento, y santas pascuas. Desde luego no voy a echar de menos a toda esta panda de cocineros que usan ingredientes del todo incomestibles para sus guisos y desaguisados, condumio que otros vocean al ritmo de cualquier himno sin letra y que les tocan de oído y de lejos, mientras los defensores y profesionales de la libertad de expresión se enfadan porque se agarran a aquello de: O jugamos todos, o rompemos la baraja. Pues, mire usted, como ellos dicen, yo no quiero jugar a este juego. Con su pan se coman su guiso. A mí, para lo que me queda en el convento, me cago dentro. Y como lo hagamos muchos, aquí no va a haber quien pare. Y si no, al tiempo, porque los que vienen detrás, salvo honrosas excepciones, están más desencantados que los socios del Atlético de Madrid o de vuestra selección nacional de fútbol.

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