miércoles, 20 de febrero de 2008

Que no, que no es política de lo que hablo.

Me alegro de haber dejado a un lado el tema de la política. Entre otras cosas porque era un tema demasiado recurrente, que robaba protagonismo a otros, que me interesan más. Sé que soy un animal político, pero, en ciertas ocasiones me hubiera gustado quedarme solo en animal. Ahora, en este nuevo intento, acaso lo consiga. Como me ocurrió en su momento con Dios e Iglesia —cualquiera que Éste y aquella sean— puede que haya confundido los términos. En este caso políticos y democracia. Pero, y entiéndaseme bien, ambos se me quedan pequeños. Y no estoy hablando solapadamente de lo que no quiero, no. Esto lo tengo claro, estoy hablando de mis sentimientos, de mi manera de percibir y concebir el mundo. El que soy capaz de imaginar, porque los otros, por mucha tele y cine que vea, por mucho libro que lea, siempre me llegarán de la mano de la lejanía. Los hay que están peor, muchos. Jamás pienso en los que están mejor, quizá porque yo me siento de éstos. Y no por tener, sino por no faltar. No me falta de nada de lo que necesito. Tampoco es conformismo, ya que no me conformo con lo que soy, quiero ser —y no tener— más. Nadie que lea esto debe hacerlo como si fuera una crítica o una vía de solución vital. No es más que una declaración de unos principios que me vienen desde que tengo capacidad para pensar por mí mismo, sin el peor intervencionismo que la derecha, la izquierda o el centro siempre han pretendido ejercer sobre cualquier persona. Amén.

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