Sí, anoche tuve un sueño. No como los de Martin Luther King , ésos solamente se cumplen sobre el papel mojado. El mío fue más humilde, intrascendente y vulgar. Además, se aleja mucho de ser una ambición, porque desear que un rano vuelva a tu casa —o que no se vaya—, más que una aspiración, es un error. Sobre todo si se trata de Erre C.A. Pero, si nosotros no somos libres, los sueños sí. Si no, no se explicaría que este sueño se forjara en mi subconsciente. El caso es que me pasé la noche viendo escribir al jodío batracio de trapo. Sí, escribiendo. Pero lo peor no es eso, no. Lo peor es que todo lo que escribía durante el día, me lo leía por la noche. Yo me moría de sueño, pero, él, con el cable RCA conectado a su pecho y al mío, cada vez que cerraba los ojos, me lanzaba una corriente de cosquillas a través del cable que me obligaba a seguir despierto y a escucharle. De sus oníricos escritos no recuerdo nada, absolutamente nada. Solo su advertencia, cariñosa por otro lado, como si el interesado en leer fuera yo: “No te duedmas, Mendugo, que aluego no tentedas. Y zi no te entedas me ladgo”. “No”, le contestaba yo. “No me dejes, por favor”. “Zabes, me padece que teztáz hasiendo mayó”. “Vale, pues no me hago mayor, pero no te vayas”. “Ambas cozaz zon imposibles, Mendugo”. “De eso nada, monada. Yo llevo cuarenta y tres años teniendo diez”. “Poz zerá de ombrigo padento podque no ties pinta de sed un niño”. “Ni tú una rana, y no te digo nada”. “Zi te ponez azí, me pido, ¿eh?”. “No, no me dejes, por favor”. Y vuelta a empezar. Él a leer, yo a intentar dormir, luego las cosquillas y la misma conversación. Ahora, con los ojos hinchados, ante un café, me pregunto cómo cojones interpretaría este sueño Freud. Porque yo a mi madre y a mi falo no los encuentro por ningún lado.
martes, 19 de febrero de 2008
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