Tarde o temprano, la ocasión aparece. Unos la ven, otros la confunden. Hay quien no se imagina que la tiene enfrente. Quienes la ven y la reconocen, dudan. Algunos se quedan parados, otros se suben al tranvía. No todos llegan a destino. Durante el camino, hay quien abandona, y a quien apean. Y como siga así, me quedo solo. Triunfar, triunfan pocos. Otros nos conformamos con estar satisfechos de lo que somos. No reconocerse triunfador, al principio le hace torcer a uno el gesto. Pero, termina enderezándose, e incluso curvándose en una sonrisa. Es la sonrisa del “no necesito más de lo que tengo”, y hacerse famoso por ello, que yo sepa, está por llegar. Y confundo aposta triunfar con ser famoso, porque es un error general. Un error en el que cae todo aquel que desaprovecha la ocasión de respetarse, de no publicar lo que no debería ser publicado para que otros también se conformen con lo que no quieren ser. Ciertos caminos abocan a la fama, y ciertas personas renuncian a ella. Sacrifican su vocación por no entrar en ese juego. Pocos, pero los hay. Es más común probar las mieles del éxito y creerse que la ola dura toda una vida. Todos conocemos un ídolo caído, pero nadie podrá echarse a la cara a otro nadie que se respete y se arrastre por ello. Por cierto, aquello de que la ocasión la pintan calva viene de que los pintores clásicos lo hacían así, sin pelos entre otras cosas, porque, una vez pasada, nadie puede engancharla.
martes, 19 de febrero de 2008
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