—¿Tú no te duchas nunca? —quise usar la mano izquierda.
—Zí, pedo cuando hase caló. Tardo musho en secame y menfío —me contestó con la boca llena y sin darse por aludido.
—Pues siendo una rana…
—Tú edes humano y nostás toldía pensando, ¿no?
—Pensando no, pero mi cabeza está todo el día dale que te pego.
—Yo mescupo la mano y me la riestrego.
—En mi mundo eso es una guarrada, y más comiendo.
—Pos los gatos sestán lamiendo sempre.
—Vale, anda, acaba la cena
Como suele ocurrir en estos casos, el que oculta tiene más prisas por enseñar que quien desea conocer y tiene paciencia. Así, acabada la cena Erre C.A. insistió en enseñarme el diario de su “pade”, como decía él. Cómodos en el sofá y fumando, volvió al tema.
—Entonses, ¿queres leelo o no?
—¿El qué?
—El diario de mi pade.
Solté un “Bueno” que no le convenció ni a él, pero tardó poco en levantarse, dar seis saltos, abrir la jaula de la Merche y sacar de debajo de la paja el librito. Fuera otra vez de la prisión de la hamster, pareció pensarlo mejor, salió del salón, y al poco apareció con unos folios.
—¿Has cambiado de idea?
—No, pedo mejó leé la focotopias quel originá. No zea que lostropees.
—Vaya, y ¿cómo crees que puedo “ostropeá” el diario de Giuseppe?
—La nicotina afesta a los inincunabes.
Si Erre C.A. hubiera estado hablando con mi madre, ésta hubiera hecho un comentario del estilo: “Bendito sea Dios, los incunables", pero yo me callé, y él se explicó.
—Lasice la ota tade. Pocieto, te apañé unos eudillos del tado de la cosina.
—Mira tú qué bien.
—La focotopias zon pa ti, ¿no?
—Pero yo no lo sabía.
—Pedo, pedo, pedo. Mida que pones pedos. Pedo ya lo zabes.
—Y aunque no lo hubiera sabido, ¿no?
—Mida que edes agadao, ¿eh? Mestoy cuetionando ladgadme a Mundo Pisho.
—Pues lo llevas claro, porque me parece que tu contacto se larga a la India.
—¿No jodobes?
—Bueno, me lees o leo.
—Mejó te leo, poque la leta de mi pade es como un deguero de hodmigas cabeadas. Pedo, hasécate, que no quero hablá alto.
Me arrimé. Él no se iba a mover, claro. Y le invité a empezar.
—Veintioso de madzo. Sud de Fancia. Eztoy escondío. Noztoy zeguro de no habé zido deztapao. Ezte azunto me va a matá, zino lo hase una de la do padtes. To minterés es llegá al zeñó equi. ¡Mida que encadgadme a mí de laz cantadillas der podé. No había oto pa eta labó. Teno la zenzación deztá yendo conta loz míoz. Ademá, ni lo micófono funsionan, ni la gabadora, ni na de lo que mapañé en el SESÍ. Paiz, paiz. Hoy me ziento má que nunca lejo de mi camella y mi danito.
Le interrumpí.
—O sea, que te llamas Dani, ¿no?
Me arrepentí de la imprecación porque vi correr una lágrima por su cara. Se repuso y me contestó.
—No, tío. Yo me llamo Ede Sea. Cuando eda shico mi pade me llamaba su danito, de dana.
—De rana querrás decir.
—¿Voy a tené que sacadme de la boca tos los collades?
—No, no hace falta, ya me voy acostumbrando.
—¿Zigo?
—Zigue.
Y siguió, y seguiremos, pero otro día.
—Entonses, ¿queres leelo o no?
—¿El qué?
—El diario de mi pade.
Solté un “Bueno” que no le convenció ni a él, pero tardó poco en levantarse, dar seis saltos, abrir la jaula de la Merche y sacar de debajo de la paja el librito. Fuera otra vez de la prisión de la hamster, pareció pensarlo mejor, salió del salón, y al poco apareció con unos folios.
—¿Has cambiado de idea?
—No, pedo mejó leé la focotopias quel originá. No zea que lostropees.
—Vaya, y ¿cómo crees que puedo “ostropeá” el diario de Giuseppe?
—La nicotina afesta a los inincunabes.
Si Erre C.A. hubiera estado hablando con mi madre, ésta hubiera hecho un comentario del estilo: “Bendito sea Dios, los incunables", pero yo me callé, y él se explicó.
—Lasice la ota tade. Pocieto, te apañé unos eudillos del tado de la cosina.
—Mira tú qué bien.
—La focotopias zon pa ti, ¿no?
—Pero yo no lo sabía.
—Pedo, pedo, pedo. Mida que pones pedos. Pedo ya lo zabes.
—Y aunque no lo hubiera sabido, ¿no?
—Mida que edes agadao, ¿eh? Mestoy cuetionando ladgadme a Mundo Pisho.
—Pues lo llevas claro, porque me parece que tu contacto se larga a la India.
—¿No jodobes?
—Bueno, me lees o leo.
—Mejó te leo, poque la leta de mi pade es como un deguero de hodmigas cabeadas. Pedo, hasécate, que no quero hablá alto.
Me arrimé. Él no se iba a mover, claro. Y le invité a empezar.
—Veintioso de madzo. Sud de Fancia. Eztoy escondío. Noztoy zeguro de no habé zido deztapao. Ezte azunto me va a matá, zino lo hase una de la do padtes. To minterés es llegá al zeñó equi. ¡Mida que encadgadme a mí de laz cantadillas der podé. No había oto pa eta labó. Teno la zenzación deztá yendo conta loz míoz. Ademá, ni lo micófono funsionan, ni la gabadora, ni na de lo que mapañé en el SESÍ. Paiz, paiz. Hoy me ziento má que nunca lejo de mi camella y mi danito.
Le interrumpí.
—O sea, que te llamas Dani, ¿no?
Me arrepentí de la imprecación porque vi correr una lágrima por su cara. Se repuso y me contestó.
—No, tío. Yo me llamo Ede Sea. Cuando eda shico mi pade me llamaba su danito, de dana.
—De rana querrás decir.
—¿Voy a tené que sacadme de la boca tos los collades?
—No, no hace falta, ya me voy acostumbrando.
—¿Zigo?
—Zigue.
Y siguió, y seguiremos, pero otro día.
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