—¿Y yo qué?
Me volví y quedé mirándole interrogativamente.
—¿Y tú qué? —terminé por contestar.
—¿Qué cuándo esquibes miz cozaz?
Fui descortés.
—Cuando me apetezca. No tengo ninguna obligación de hacerlo, como entenderás.
Como pudo se encaramó a mi viejo y voluminoso monitor. Eso sí, me pasó por encima de la cabeza; por eso se me quitó la mala sensación por haberle contestado al desgaire.
—Ties rasón, yo tamén hago lo que me zale de las naices. Pedo podías curadme del tó.
—Me temo que de cirujano tengo poco.
—No nececito de méquidos.
Abandoné el cuento que estaba escribiendo.
—Así no hay quien se centre, ¡coño! —protesté—. Y si vas a pillarne… De acuerdo, no soy veterinario.
—Desos menoz. Ezto se me quita con un planchao.
—Vamos, que lo dices tú. Una herida en la cara, otra en la tripa, un hombro dislocado, la pata a rastras, y pretendes solucionarlo con un masaje a doscientos grados.
El salvapantallas saltó.
—Y con vapó, zi ez pozible.
Esta vez mi mirada fue más larga por tenerle de frente. Di una palmada en la mesa y me levanté. Erre C.A. pasó de mí y, como el golpe ocultó la frase de Serrat que se pasea por la pantalla de mi monitor y que uso para recordar, el muy cotilla, en un escorzo se puso a leer el resultado de mi esfuerzo.
—Deja eso, no seas cotilla. Si tú no quieres que yo lea el diario de tu padre, yo no quiero que leas mis cosas. Y si quieres que yo escriba sobre el gran Erre C.A. —me burlé— colabora y sé más respetuoso y educado.
—Poz ma dicido un pagarito que hay a quien le gusta lee sobe mí.
—¿Un pagarito? A saber qué has estado haciendo mientras hablaba por teléfono.
—Escondiendo ota vé el diario de mi pare. ¡Oye! ¿Tenes un medidó de lícuidos?
—Sí, ¿por qué?
—Eg que teno gana de haser pis.
—El otro día te vi orinando en el inodoro, si no recuerdo mal —quise molestarle—, y además el medidor lo uso para alimentos.
—Y yo pada sabé cuanto meo, me guzta. Mi réco eztá en dosientos ventités centímetos cúbicos. ¿Y er tuyo?
Iba a mandarle a la mierda por guarro, pero me acordé de cuando yo era chico; bueno, y no tan chico.
—El mío está en dos minutos cinco segundos. Yo cronometro la meada.
—Ah…. Bueno, ¿me planchaz o qué?
Esta vez no fue o qué. Y quien yo pensé que se iba a quemar me quemó con un cigarro. Siempre pasa igual, das la mano y te comen hasta el codo. Y encima, el jodío rano me cae bien, y eso que me echó la bronca porque casi le estropeo las conexiones RCA que tiene en el pecho.
—Uza un paño, hoztía, que me vaz a .... [no entendí la palabra*] loz conestorrez.
Me volví y quedé mirándole interrogativamente.
—¿Y tú qué? —terminé por contestar.
—¿Qué cuándo esquibes miz cozaz?
Fui descortés.
—Cuando me apetezca. No tengo ninguna obligación de hacerlo, como entenderás.
Como pudo se encaramó a mi viejo y voluminoso monitor. Eso sí, me pasó por encima de la cabeza; por eso se me quitó la mala sensación por haberle contestado al desgaire.
—Ties rasón, yo tamén hago lo que me zale de las naices. Pedo podías curadme del tó.
—Me temo que de cirujano tengo poco.
—No nececito de méquidos.
Abandoné el cuento que estaba escribiendo.
—Así no hay quien se centre, ¡coño! —protesté—. Y si vas a pillarne… De acuerdo, no soy veterinario.
—Desos menoz. Ezto se me quita con un planchao.
—Vamos, que lo dices tú. Una herida en la cara, otra en la tripa, un hombro dislocado, la pata a rastras, y pretendes solucionarlo con un masaje a doscientos grados.
El salvapantallas saltó.
—Y con vapó, zi ez pozible.
Esta vez mi mirada fue más larga por tenerle de frente. Di una palmada en la mesa y me levanté. Erre C.A. pasó de mí y, como el golpe ocultó la frase de Serrat que se pasea por la pantalla de mi monitor y que uso para recordar, el muy cotilla, en un escorzo se puso a leer el resultado de mi esfuerzo.
—Deja eso, no seas cotilla. Si tú no quieres que yo lea el diario de tu padre, yo no quiero que leas mis cosas. Y si quieres que yo escriba sobre el gran Erre C.A. —me burlé— colabora y sé más respetuoso y educado.
—Poz ma dicido un pagarito que hay a quien le gusta lee sobe mí.
—¿Un pagarito? A saber qué has estado haciendo mientras hablaba por teléfono.
—Escondiendo ota vé el diario de mi pare. ¡Oye! ¿Tenes un medidó de lícuidos?
—Sí, ¿por qué?
—Eg que teno gana de haser pis.
—El otro día te vi orinando en el inodoro, si no recuerdo mal —quise molestarle—, y además el medidor lo uso para alimentos.
—Y yo pada sabé cuanto meo, me guzta. Mi réco eztá en dosientos ventités centímetos cúbicos. ¿Y er tuyo?
Iba a mandarle a la mierda por guarro, pero me acordé de cuando yo era chico; bueno, y no tan chico.
—El mío está en dos minutos cinco segundos. Yo cronometro la meada.
—Ah…. Bueno, ¿me planchaz o qué?
Esta vez no fue o qué. Y quien yo pensé que se iba a quemar me quemó con un cigarro. Siempre pasa igual, das la mano y te comen hasta el codo. Y encima, el jodío rano me cae bien, y eso que me echó la bronca porque casi le estropeo las conexiones RCA que tiene en el pecho.
—Uza un paño, hoztía, que me vaz a .... [no entendí la palabra*] loz conestorrez.
*Podría ser torrar, pero a saber.
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