Sueño con alcanzar la tranquilidad, y, en ocasiones, ni siquiera eso. No es un deseo voluntario, es más bien un acto reflejo. Un impulso que sigue latiendo aun cuando vivo. El sosiego que las aguas logran en conspiración con la umbría y los cortos desniveles sería una meta. No sé si es difícil morir en paz con uno mismo, pero lo que sí conozco son las dificultades para vivir inmerso en esa quietud, en esa ingravidez de prejuicios mientras todo lo que te rodea adquiere un peso inerte que tira de ti. Lo más íntimo de mí es lo que más me consuela. Apostó nuestra evolución por el cerebro y el hombre inventó el alma, y con ella una necesidad de respuestas. Buscarse el alma es como ocultar a la vista lo invisible, como recorrer con los dedos el contorno de una idea; es perder el tiempo mirando el único ombligo que nos importa. El alma sirve para ir dejándosela ensartada en las espinas del camino, en las astillas de otras vidas, en las costillas descarnadas de un reloj que, a veces corre, y a veces no para. Y todo para que, cuando llegue el último segundo, no te quede ni un jirón. No hay quien viva toda una vida siendo observado, no hay libertad que lo aguante, no hay locura que lo oculte ni fe que se acuerde; no hay alma que lo almacene.
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