sábado, 12 de enero de 2008

Segunda visita de Erre C.A.

La segunda visita que me hizo el hijo de Giuseppe me cogió por sorpresa. Yo estaba leyendo, cuando oí la cisterna del inodoro. Como estaba solo en casa y esa cisterna estaba dando algún problema que otro, pensé que se había estropeado del todo. Dejé el libro y me fui al baño a cerrar la llave de paso, pero al entrar me abroncaron con una pregunta: “¿No sabe llamá antez dentrá en el baño? Entre la bronca y la sorpresa cerré la puerta que no había abierto del todo. Pasada la impresión y el pequeño susto me animé. Pensé que estaba en mi casa y que tenía todo el derecho del mundo a preguntar. Y así lo hice: ¿Pero, por dónde has entrado? Antes de contestar abrió la puerta y sentado en el picaporte me dijo: “Tengo mis recusos, colega”, saltó al suelo y se dirigió al salón con los andares de un cowboy diminuto. Se instaló sobre la lámpara que yo uso para leer mejor, y me pidió algo de beber, eso sí, dando un rodeo: “¿Tú no ofreces nada a las visitas? Cumplí de anfitrión, le serví una limonada y le sugerí que se quitara las gafas de sol, argumentándole que para mí es incómodo hablar con alguien que las lleve puestas, sobre todo dentro de una casa. Me complació, se sentó en el sofá y se puso a hablar por los codos. De nada importante. Bueno, llegado a un punto de su relato, éste sí me interesó. Más o menos esta fue la parte más clara e interesante de esa segunda visita:

—En la carta mi dicía que había escondio, aquí en Madrí unas notas y su diario.
—¿Y te aclaró dónde?
—Dijo quentre las capas de Mendriugo.
—Pues yo no uso de esa prenda.
—Der verdadero Mendriugo, quiero decí.
—Da lo mismo, que lo mismo me da. Él tampoco viste capa.
—¡Y tú que sabes, lizto!
—En ése tema estoy más informado que nadie —pasé por alto su impertinencia juvenil.
—¿Poqué?
—Porque, Mendrugo, por suerte o por desgracia, se ha instalado de okupa en mi cabeza. Y allí se ha hecho un hueco, del que no le saca ni un regimiento de olvidos.
—¡Ah! ¿Entonses, no tene capas?
—Que yo sepa no, no tiene. Pero imagino que tu padre no sería tan tonto de dejar escrito dónde escondió su diario… Yo creo que lo de las capas, es una clave, que es un mensaje codificado. Si escondió esas notas no iba a dejar por ahí a la luz su escondite para que cualquiera lo leyera.
—Cuarquiera no. La carta era para mí.
—¿Y tu quieres ser espía? O sea, que nadie pudo haber robado la carta del despacho del abogado, o simplemente él mismo podía abrir el sobre y leerla. ¿Qué ponía en el sobre?
—Para mi hijo, Erre C.A.
—¿Y cómo estaba escrito?
—Con letras.
—Ya me lo imagino. ¿A máquina, a mano, cómo?
—A máquina.
—¿Tenías en casa máquina de escribir?
—No, pero teníamos ondenadó y empresora. Tamén Intenné y eso.
—Bueno, es igual. Pero entiendes lo que quiero decirte, Erre?
—Sí. Pué que tengas rasón. Pero zi Mendruigo no tié capas, ¿qué quiso decí mi pade?
—Pensemos…


Y así nos quedamos un buen rato hasta que mi visitante dijo que tenía hambre.


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