Decía en mi post del 26/1/2008 (Gracias y perdón) que hay quien opina que publico demasiado en este blog. Hoy me han comentado lo contrario. Me han pedido que intente publicar diariamente las cosas de Giuseppe jr., alias Erre C.A. Lo segundo alimenta más mi ego, ya de por sí voluminoso, pero me plantea una obligación; y de esas pocas, ¿eh? Lo siento por los portadores de las opiniones encontradas, pero he decido seguir como hasta la fecha: cuando Erre C.A. me llame, le haré caso. Él, mejor que nadie, puede decidir en este asunto. Pero, por esta vez (y por mi ego) colgaré el post que sigue como muestra de agradecimiento a una “rojilla” que me sigue y que (creo) está enamorada del rano en cuestión. Ella firma sus comentarios como “dcc”, yo como Mendrugo. Ambos sabemos quienes somos, y con eso basta. Lo dicho, va por ti, dcc.
Nunca sobra un poco de humildad
—O sea, que tu padre escribió el diario para ti.
—Zi, pa que zupiera dél. Queda como er culo, pedo pefiedo leelo de su cuño y leta…
—Se dice de puño y letra.
—Ezo, de su cuño y leta mejod que pod boca dotos que segudo que no contan la veddá.
—Lo que también deduzco es que no te llamas Erre C.A.
—No, pedo me guzta que me llamen azí, ez mi mote… De mi badio. ¿Tú no tenes un podo?
—Un apodo.
—Vale, un podo, ¿no tenes?
—Sí, pedo, perdón, pero no te lo voy a decir.
—¿Pod qué?
—Porque sería el centro de tus chirigotas.
—¿Qué zon las shidigotas?
—Bromas.
—Ya vez, el ombligo del mundo… El cendo de miz shidigotas… ¿Quién te quees que edes, chaval?
—Es una forma de hablar. Creo que si te lo digo me vas a dar la barrila.
—Yo no teno badilas, y zi laz tenieda no te laz iba a da a ti.
—Tuviera, se dice tuviera, no teniera. Dar la barrila es ponerse pesado con algo contra alguien.
—¿Como tú con tus codecciones?
—Sí —reconocí—. Como yo con las correcciones que te hago. Pero es superior a mis fuerzas, lo siento. No me importa que tengas tu jerga, tu... tu forma de hablar por llevar un joyero debajo de la lengua, pero cuando oigo una palabra mal…
—¿Qué yo habo mal? ¿Qué yo habo mal? Amos venga ya, tío. Yo habo español pedfestamente. ¿O tú no me entiendes?
—Normalmente sí te entiendo, pero tú no dominas el español, Giuseppe. Eso deberías reconocerlo.
—Vaya pod Dios, habló Blas y punto dedondo. ¿Tú sabes como se llama el natural de un deino, el que ha nasido como yo en el deino de Maduecos?
—Pues no, pero no creo que tenga un nombre.
—Lo vez cono edes un incurto. Zí xiste un tedmino para denominad al natudal de un deino. Pedo zi lo quiedes sabé, antes solta tú tu podo.
No se me ocurrió corregirle. El jodío rano sabía latín, aunque yo le negara conocer el español. Me había calado. Había reconocido en mí la pasión por el lenguaje. Por supuesto di mi brazo a torcer.
—Está bien. Pero si no lo usas. Hay apodos íntimos, motes que sonarían mal fuera de tu entorno más próximo… Prométeme que solo lo usarás cariñosamente.
—Pometido.
—Mndro —susurre muy deprisa.
—¿Cómo has decido?
—Mendrugo —dije una vez pasada la primera vergüenza.
—¿Mendugo?
—Sí.
—¿Como un casho de pan? Mía tú que bien. Mendugo. Mendugo. Pod no sona mal. Mendugo. ¿Y yo podo llamadte Mendugo?
—Sí, si tienes en cuenta lo que ya te he dicho.
—Home, yo cadiño, cadiño toavía no te teno musho, pedo… con pitodeo no lo voy a usá.
—Con eso me vale. Y ahora te toca a ti.
—Tu ya sabez er mío.
—No me refiero a tu mote, sino a la palabra que designa al natural de un reino.
—Tu ez que edes tonto, Mendugo. A ved, ¿cómo se llama a uno que ha nasido en la Tieda?
—Terrícola.
—Pos a los nacidos en un deino se les llama regnícolas.
—Eso que lo dices tú. Te has inventado esa palabra.
Tardó poco, y digo mucho, en encaramarse a una escalera de mano que clavé en la pared y en la que puse todos mis diccionarios. Agarró el segundo tomo del RAE y, ya por su peso, ya por las prisas, acabaron los dos en el suelo.
—Vaya hoztia, Mendugo —escuché una queja que pareció salir del diccionario.
Me quedé mirándo y pensando en la plancha que iba a necesitar.
—Pedo, reasiona, tío. Ayúdame pod lo menos, que no puedo con ezte libo —el libro pareció moverse un poco.
Le quité de encima a Erre C.A. todas las palabras de un tirón y trate de levantarle. No se dejó, rodó y se levantó. Sacudiéndose el polvo y buscándose daños me increpó con razón.
—En qué penzaba el Mendugo, cazi maxfizio y tú midandome con cada de bobo.
—Perdona, tienes razón. Estaba pensando en la plancha.
—Zi maxfizio la plancha no va a zedvidme de na.
Terminó su inspección y, exagerando un dolor inexistente, trepó hasta su sitio favorito.
—Ahoda lo midas tú, pod lizto.
—¿Qué tengo que mirar?
—Ya voy entendiendo lo de tu mote, Mendugo. Pos el disionadio…
—Es verdad.
Y la busqué, y muy a mi pesar tuve que reconocer que él tenía razón.
Esa noche no cené, me había merendado todo mi orgullo, y quizá tampoco desayunara al día siguiente. Quien menos te esperas te da una lección sobre lo que más crees conocer.
—Zi, pa que zupiera dél. Queda como er culo, pedo pefiedo leelo de su cuño y leta…
—Se dice de puño y letra.
—Ezo, de su cuño y leta mejod que pod boca dotos que segudo que no contan la veddá.
—Lo que también deduzco es que no te llamas Erre C.A.
—No, pedo me guzta que me llamen azí, ez mi mote… De mi badio. ¿Tú no tenes un podo?
—Un apodo.
—Vale, un podo, ¿no tenes?
—Sí, pedo, perdón, pero no te lo voy a decir.
—¿Pod qué?
—Porque sería el centro de tus chirigotas.
—¿Qué zon las shidigotas?
—Bromas.
—Ya vez, el ombligo del mundo… El cendo de miz shidigotas… ¿Quién te quees que edes, chaval?
—Es una forma de hablar. Creo que si te lo digo me vas a dar la barrila.
—Yo no teno badilas, y zi laz tenieda no te laz iba a da a ti.
—Tuviera, se dice tuviera, no teniera. Dar la barrila es ponerse pesado con algo contra alguien.
—¿Como tú con tus codecciones?
—Sí —reconocí—. Como yo con las correcciones que te hago. Pero es superior a mis fuerzas, lo siento. No me importa que tengas tu jerga, tu... tu forma de hablar por llevar un joyero debajo de la lengua, pero cuando oigo una palabra mal…
—¿Qué yo habo mal? ¿Qué yo habo mal? Amos venga ya, tío. Yo habo español pedfestamente. ¿O tú no me entiendes?
—Normalmente sí te entiendo, pero tú no dominas el español, Giuseppe. Eso deberías reconocerlo.
—Vaya pod Dios, habló Blas y punto dedondo. ¿Tú sabes como se llama el natural de un deino, el que ha nasido como yo en el deino de Maduecos?
—Pues no, pero no creo que tenga un nombre.
—Lo vez cono edes un incurto. Zí xiste un tedmino para denominad al natudal de un deino. Pedo zi lo quiedes sabé, antes solta tú tu podo.
No se me ocurrió corregirle. El jodío rano sabía latín, aunque yo le negara conocer el español. Me había calado. Había reconocido en mí la pasión por el lenguaje. Por supuesto di mi brazo a torcer.
—Está bien. Pero si no lo usas. Hay apodos íntimos, motes que sonarían mal fuera de tu entorno más próximo… Prométeme que solo lo usarás cariñosamente.
—Pometido.
—Mndro —susurre muy deprisa.
—¿Cómo has decido?
—Mendrugo —dije una vez pasada la primera vergüenza.
—¿Mendugo?
—Sí.
—¿Como un casho de pan? Mía tú que bien. Mendugo. Mendugo. Pod no sona mal. Mendugo. ¿Y yo podo llamadte Mendugo?
—Sí, si tienes en cuenta lo que ya te he dicho.
—Home, yo cadiño, cadiño toavía no te teno musho, pedo… con pitodeo no lo voy a usá.
—Con eso me vale. Y ahora te toca a ti.
—Tu ya sabez er mío.
—No me refiero a tu mote, sino a la palabra que designa al natural de un reino.
—Tu ez que edes tonto, Mendugo. A ved, ¿cómo se llama a uno que ha nasido en la Tieda?
—Terrícola.
—Pos a los nacidos en un deino se les llama regnícolas.
—Eso que lo dices tú. Te has inventado esa palabra.
Tardó poco, y digo mucho, en encaramarse a una escalera de mano que clavé en la pared y en la que puse todos mis diccionarios. Agarró el segundo tomo del RAE y, ya por su peso, ya por las prisas, acabaron los dos en el suelo.
—Vaya hoztia, Mendugo —escuché una queja que pareció salir del diccionario.
Me quedé mirándo y pensando en la plancha que iba a necesitar.
—Pedo, reasiona, tío. Ayúdame pod lo menos, que no puedo con ezte libo —el libro pareció moverse un poco.
Le quité de encima a Erre C.A. todas las palabras de un tirón y trate de levantarle. No se dejó, rodó y se levantó. Sacudiéndose el polvo y buscándose daños me increpó con razón.
—En qué penzaba el Mendugo, cazi maxfizio y tú midandome con cada de bobo.
—Perdona, tienes razón. Estaba pensando en la plancha.
—Zi maxfizio la plancha no va a zedvidme de na.
Terminó su inspección y, exagerando un dolor inexistente, trepó hasta su sitio favorito.
—Ahoda lo midas tú, pod lizto.
—¿Qué tengo que mirar?
—Ya voy entendiendo lo de tu mote, Mendugo. Pos el disionadio…
—Es verdad.
Y la busqué, y muy a mi pesar tuve que reconocer que él tenía razón.
Esa noche no cené, me había merendado todo mi orgullo, y quizá tampoco desayunara al día siguiente. Quien menos te esperas te da una lección sobre lo que más crees conocer.
2 comentarios:
Pues que decida Giuseppino!..... (yo sé que volverá pronto)
Ya sabía yo que dcc iba a contestar, y que iba a respetar cualquier decisión ajena. De eso se trata, ¿verdad?
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