miércoles, 2 de mayo de 2012

Quien fue a Sevilla...


—¡Eh, no seas listo! Que ahí estaba yo sentado.
—N o habedte ido a mead.
—Venga, ahueca.
—El que fue a Zevilla...
—¿Sabes de dónde viene el dicho?
—No, ni me impodta.
—Pues vale, que te zurzan.
—Que no, que eda una bomilla. Loz cuentoz me guztan musho. Cuenta.
—Dicen que hace muchgo tiempo, hacia la mitad del siglo dieciséis, le fue otorgado el arzobispado de Santiago de Compostela...
—¿Y qué tiene que ved Zantiago con una zilla en Zevilla?
—Ten paciencia y escucha. Hay cosas que no se pueden contar en dos palabras.
—Venga, zigue.
—Pues eso, que al sobrino del arzobispo de Sevilla le fue concedido el arzobispado gallego.
—Y como tenía una zilla, al idze a Zantiago la peddió.
—Que no, don prisas. Ocurrió otra cosa un poco más complicada. Ocurrió que por aquel entonces el reino de Galicia andaba un poco revuelto. El joven y nuevo prelado pensó que iba a sudar la gota gorda para hacerse con el cargo y con los feligreses.
—Y vendió la tono que tenía en Zevilla pada cozteadze unoz zegudataz —esta vez no hice caso al rano y proseguí con la historia que es tal y no un cuento.
—Entonces, el sobrino se desplazó a Sevilla a hablar con Don Alonso de Fonseca, que así se llamaba su tío. Y aquél convenció a éste para que fuera él quien se trasladara a Santiago aduciendo razones de experiencia en el cargo. Unas vez convencido Don Alonso, su sobrino fijó residencia en Sevilla, con lo que trocaron sus cargos hasta que el experimentado arzobispo amansará las aguas gallegas y trocaran de nuevo sus tronos arzobispales.
—Zigo zin concadme.
—Don Alonso de Fonseca, tras un tiempo, consiguió restablecer el sosiego en la diócesis compostelana. Pero, hete aquí, que cuando quiso deshacer el trueque con su sobrino, éste dijo que verdes las habían segado, que estaba muy a gustito en Sevilla y que no se iba a lugares más húmedos.
—Vaya modo tenía el zobino.
—Sí, sí le echó morro. Hasta el punto de que tuvo que intervenir el Papa de Roma. Pero no fue él quien resolvió el asunto, sino el rey Enrique IV de Castilla, que mando ahorcar a algún que otro partidario del sobrino de Don Alonso Fonbseca, apoltronado en la ciudad hispalense.
—Hope.
—Y ya sabes como se las gastan los andaluces a la hora de sacar punta a los hechos. Le echan mucho humor y sacaron la famosa frase: quien fue a Sevilla perdió su silla. En este caso la de arzobispo.
—Pedo no entiendo. Don Alonzo no fue a Zevilla, zino que se fue de Zevilla.
—Pero el refrán no alude a la silla sevillana del tío, sino a la comnpostelana del sobrino que fue quien la perdió.
—Acabádamoz. Ahoda lo entiendo.
—Y ahora déjame la silla que siga con lo mío.
—Ho, yo queía que ze t’había olvidao con la shadleta.
—O sea, que te interesaba poco la historia, ¿no? Sólo querías retrasar el momento de levantarte.
—Clado. Ez que t’endollaz como laz pedzianaz. Ademáz tienez muy mala memodia. No zé como haz zido capás de acoddadte de todo el cuento.
—No es un cuento. Acaso la conclusión, que no creo. Pero los hechos ocurrieron más o menos como te he contado. Al menos eso he leído.
—No zé, no zé.
—Que te levantes de una vez, que no me das más que palique para retrasar lo inevitable —le grité al apalancado rano.
—Vale, vale. ¡Qué pizaz te han entado...! El butacón pada el zeñó —dijo levantándose—, y a Ede Se A que le sudsan. Da igual qu’eztá deventao d’ezcushad hiztodiaz que no zé yo, no zé yo...









Fuente: EL PORQUÉ DE LOS DICHOS – JOSÉ Mª IRIBARREN – AGUILAR S.A. EDICIONES - 1955
Imágenes bajadas de www. fuentegelmes.blogspot.com y www. fichasparapintar.com

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