—Porque están contentas.
—A oto pedo con eze güezo. T’eztoy peguntando en zedio. Zi no
zabez lo disez y zantaz pazcuaz.
—Bueno, para comunicarse, lógicamente. El significado de cada
canto ya es otra cosa. Marcar el territorio. Llamar al compañero o compañera.
Ubicarse los polluelos respecto a los progenitores... Acaso para cortejar...
—Ezo ya me lo queo máz. Pedo no t’endollez tanto qu’eztoy canzao.
—¿Por qué lo preguntas?
—Pod laz gallinaz de ahí enfente. Bueno —nuevo bostezo ranil—. Máz
que pod ellaz, pod él.
—¿Por el dueño, o por el gallo?
—Pod el gallo. Láztima de pedada mal dada.
—¿Tanto te molesta?
—Me loz cadgaba a todoz; galloz, gallinaz... A todoz. Zobe todo a
laz ziete de la mañana.
—Pues ya tienes trabajo, porque se calcula que hay trece millones
de ejemplares de esta especie animal.
—Máz loz camuflaoz.
—¿Los camuflados?
—Zí. Aaaaaaaaaaaah —bostezo largo—. ¡Qué zueño! A loz que ze
defiede la cansión infantil.
—¿Cuál?
—♫ Cobadde, gallina, capitán de laz zaddinaz ♫. Eza.
—¡Ah, ya! Los cobardes.
—Zí, en el cole loz llamábamoz gallinaz —enésimo bostezo de Erre
C. A., este acompañado con un largo cerrar de párpados.
—¿Por qué? Y deja ya de abrir la boca o tápatela con la mano.
—Vale. Loz compañedoz d’Ede Se A y él lez llamaban gallinaz podque
pod máz que lez tocabaz loz güevoz no desían nada.
—No seas bruto.
—Lo digo en zentido figudao dezpesto a loz cobaddez; en el literal
dezpesto a ezaz avez. ¿Pedo zabez cuál ez el ave máz famoza?
—¿El ave Fénix?
—No. Sezad.
—¿Cuál?
—A ved: se, e, eze, a, ede. Con asento en la e.
—¿César?
—Zí. En Doma eztaban to el día con el “Ave Sesad, moditudi te zalutant”
en la boca.
—Pero eso es un saludo. Ave, significa precisamente salud. Y eso
no lo decían todos los romanos, sino los gladiadores. Y creo que fue en un
acontecimiento en particular. Son frases que al igual que otras se han hecho
famosas aún siendo dichas una vez. O ninguna. Como ese “elemental querido
Watson”, que aunque sea ficción, nunca se la puso en la boca Conan Doyle a
Holmes. De la misma forma césar no era un nombre propio en el Imperio romano,
sino una distinción exclusiva para los emperadores que significaba grande; y
luego estaba su superlativo, césar augusto, grande entre los grandes, que
también en nuestros días se ha convertido en nombre propio—cuando acabé la
explicación me encontré a un rano con los ojos cerrados y respirando
sosegadamente—. Pero, ¡eh! —grité y le zarandeé—. Te has dormido.
—Zí. ¡Ho! Ez que ente lo que t’endollaz y el gallo eze me tenéiz
fito.
—De verdad —me quejé—. Que no está hecha la miel para la boca del
asno.
—A ved, ¿qué m’he peddido? ¿Qué tienen que ved loz aznoz con laz
gallinaz?
—Pero bueno, ¿cuándo has dejado de escucharme?
—Ez máz fásil que te peguntez lo contadio. Ez desid, cuándo
t’ezcusho.
—Entonces, ¿para qué preguntas?
—Yo zólo he peguntado pod qué cantan loz pahádoz, no pod lo que
ensieda la Biblia, que quede clado. Y ahoda déhame que m’eshe la ziezta del
cadnedo, qu’eztoy esho unoz sodoz.
Imagen
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