—Vale. Ya cierro las ventanas.
—Como tú llevaz ziempe ensima un
zobetodo.
—O un bajotodo, depende como lo enfoques.
Pero tú tampoco andas mal de abrigo natural.
—Pedo pazo máz fío que una lagadtiha en
la neveda.
—No exageres. Hay que ventilar la casa.
El del abanico |
—Poz mañana me peztaz un abanico y te la
ventilo yo zin abid laz ventanaz.
—Serías capaz. Y, además, el frío nos
mantiene lozanos. Mira las mujeres nórdicas.
—Pada mi laz Lizbeth Zalanded eztán muy lehoz,
Mendugo.
—Y las Isabel García también.
—Poz no queaz, a mi laz muhedez ze me dan
bien.
—Sí, igual que a mí las ranas.
—Tú con laz danaz no tendíaz ni una
opodtunidá. Zon muy complicadaz.
—Eso es un tópico.
—Que ze cumple. Yo nunca he podido
conviví con una de mi ezpesie.
—¿Y no será por culpa tuya? Lo digo por
experiencia.
—Ze quee el ladón que todoz zon de zu
condisión.
—Y todos vemos la paja en el ojo ajeno.
—Y doz no dizcuten zi uno no quiede.
—Y si esos dos duermen en el mismo colchón
son de la misma opinión.
—Poz menoz mal que no duedmo contigo.
—No será porque no lo intentas.
—Lo hago pada que no oz zintáiz zolitoz.
—¿Cómo vamos a sentirnos solos si somos
dos?
—Anda, ézte. Hay hente que ze ziente zola
en medio de una mushedumbe.
—Pero eso es un estado de ánimo.
—Ánimo, musho ánimo ez lo que nesecita
Ede Se A pada conviví contigo.
—Aparte de comida y calor.
—Ezo lo nesezito viviendo contigo y lehoz
de ti, azí que no te apuntez el tanto, lizto.
—A todo le das la vuelta.
—En ezte cazo no, podque no tiene vuelta
de hoha.
—¿Qué es lo que no tiene vuelta de hoja?
—Que yo viva aquí.
—¿Ni siquiera me dejas la esperanza de
que un día desaparezcas de mi vida?
—¡Ay, Mendugo! ¡Qué poco dealizta edez!
Pedo ya zé lo que petendez al abí tanto laz ventanaz con ezte fío. Pedo lo
llevaz cudo. Loz muñecoz zomoz muy fielez.
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