domingo, 12 de febrero de 2012

Control antidoping

—¡Mendugo, Llaman al telefonillo! —me gritó Erre C.A.
—¡Mira a ver quien es, estoy en el baño y no puedo atender yo! —le contesté también a voz en grito.

Al poco apareció el rano en la puerta del baño un tanto asustado y asaltando mi intimidad.

—Peddona, pedo zon loz médicoz de la Fededasión Intednasional.
—¿Y qué quieren? —pregunté sorprendido mientras ocultaba mis encantos (?).
—Hasedme un contol antidopin.
—¿A ti? —me sorprendí más y tiré de la cadena.
—Zí, ez que m’he zacao la fisha pada el zalto de lonhitú.
—No entiendo.
—Poz que disen que midiendo teinta y sinco sentímetoz no entienden en la fededasión cómo zalto ziete metoz.
—Pero siete metros es muy poco para las marcas que se manejan hoy en día.
—No pada la categodía de alevinez.
—¿Te has inscrito como alevín?
—Eda la cazilla máz padesida que había a denacuaho. 
—¿Y no se han dado cuenta de que eres eso precisamente, una rana?
—Zupongo que zí, podque siegoz no zon. Pedo loz de laz mazcaz no lo zaben ni ven la fisha con la foto, y en el cueztionadio peguntaban pod el zezzo, pedo no pod la espesie a la que pedtenesez.
—Bueno, ¿y qué? Son cosas tuyas quise desentenderme.
—Que me dan miedo laz aguhaz, ya lo zabez.
—¿Y qué quieres qué haga yo? —le dije terminando de secarme las manos.
—Intedsedé pod Ede Se A.
Intercedí. Pero no hubo forma. Se refugiaron en que las reglas son las reglas y que los caballos también pasaban controles. Cuando los médicos comprobaron que Erre C. A. no tenía sangre ni venas era demasiado tarde; el rano pasó de estar histérico a sufrir un ataque de pánico. Hiperventilaba. Busqué una bolsa de papel y al no encontrar ninguna, hube de aplicarle yo mismo un sobre, porque los “médicos”, para no atenderlo, se escudaron en que estaban allí como controladores y no como sanitarios. Eso es lo que uno dijo, el otro nos expuso la necesidad de levantar un acta porque se preguntaba cómo era posible que Erre C. A. tuviera esos síntomas y que no le hubieran encontrado sangre; y se puso a ello. Cuando Erre C. A. volvió en sí me pidió que le trajera el carné de la Federación de Atletismo y se encaró con los llamados médicos, al menos eso era lo que rezaba en sus credenciales.

—Tomen uztedez, meziéz, metánzelo pod el culo. Pimedo uno y luego el oto —y me hizo un guiño, que no un guiñol. Y yo me sumé a la provocación del humillado rano.
Les aseguro que éste solo hubiera dado positivo en tocino, pero una vez roto este carné ya no pinchan, digo pintan nada en esta casa, así que, a hacer puñetas y les eché.
—Ezo. Y no bahen en azsendod, que la lus la pagamoz nozotoz. Bueno, aquí mi colega. Y azí hasen depodte, que lez veo un poquito goddoz.

Cuando se largaron los vampiros, Erre C. A. y yo nos miramos en silencio. Por una vez nos entendimos sin que mediara palabra. Aunque antes de dejarle solo, hizo un comentario.

—Vez, Mandugo, ez que no ze puede deztacá, ni en el depodte, ni en la hudicatuda.







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