El buscanicas |
—Ez que ze m’ha caido dento una canica.
Mi favodita.
—¡Cuidado, que viene! —grité y engañé al rano. Éste dio tal salto que se cayó de espaldas en el suelo—Que no, que
era broma.
—¡Vaya zuzto, colega!
—Anda, busca tranquilo, que salió
temprano esta mañana y no viene a comer.
—Zí, como que me lo voy a queed ahoda.
—Que sí, que va en serio. Éste es el
bolso que usó ayer.
—Tú lo que quiedez ez que me coma el
tigue.
—Por cierto, ahora que lo pienso, las
canicas son mías.
—Ésta no.
—¿Seguro?
—¿Qué paza, que te queed el dueño de
todaz laz canizaz del mundo?
—No, sólo de las que estan en este bote,
que ahora está medio vacío.
—Poz no midez a Ede Se A. Cada ves que
viene un niño o una niña a ezta caza le degaláiz un puñao. Y anda que no vienen
niñoz ni na...
—Noto cierta envidia en tu defensa.
—Mi defensa no tiene nada que envidiá a
loz niñoz, ni a Vidiato.
—Tu defensa no, ¿y tú?
—Yo tampoco.
—¿Quieres un puñado de las mías?
—Bueno.
—Coge diez que te gusten, anda.
—¡Qué shuli, azí tengo onse. Zi ez que
encuento la del bolzo.
—¿Sólo tenías una?
—Clado, pod ezo eda mi favodita —y se
puso a elegir canicas—. A ver, una. A ezta roha la voy a hasé un veztido...
Doz, a ézta un zombedo... Tez, a ézta ota
una cacita de muñecaz... Cuato...
—Pero, bueno. ¿Cómo juegas tú a las
canicas?
—Como me da la gana. O ez que quiedez
que te haga un aguhedo en el zalón?
—No, no. Mejor, no. Sigue, sigue.
—Una, a ezta amadilla...
—Oye —le interrumpí otra vez—. Llevabas tres
o cuatro.
—Ez que m’haz diztaído. Ahoda ya no zé
laz que llevo...
—Las que tengas en las manos. No tenías
ninguna.
—¡Vaya, cómo estamos al tanto! ¿eh? A loz
niñoz no ze laz cuentaz...
—Es que los niños no intentan liarme.
—Poz zedáz al único.
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