El sureño |
—Tienes una de las mejores amigas.
—¿Pod quién lo disez?
—Por ti y por la Bartola. A ti no te pillan
las musas trabajando, ¿eh?
—Yo no zoy queativo.
—No, tú eres destructivo.
—Tampoco te pazez. Zoy del Zud.
—Pues yo conozco a mucha gente del Sur y
trabajadora. Sureño y trabajador no son términos excluyentes.
—Bueno, vaaaaaaale. Huyamoz de tópicoz. Zoy de
la Ezpaña de shadanga y pandedeta.
—Cerrado y sacristía —seguí el poema de
don Antonio—. Pero ni devoto de Frascuelo, ni de María, porque no has pisado
una plaza de toros ni una iglesia en tu vida. Aunque espíritu burlón y alma
inquieta sí tienes, a pesar de que tu postura lo desmienta.
—Vale, pada ti la peda godda. Pedo yo no
zé cual de laz doz Ezpañaz ha helao el codasón a Ede Se A.
—Pero si ni siquiera eres español.
—Uno ez de donde comen zuz hihoz.
—Tú no tienes hijos.
—Pedo zoy uno d’elloz.
—¿Eres un qué?
—Un hiho. Y mi made cobaba una penzión de
laz adcaz ezpañolaz; luego zoy ezpañol. Aunque no zepa pada qué diabloz zidve.
—Para discutir con los franceses, por
ejemplo.
—No te diaz d’ezaz cozaz que pod ellaz ha
codido musha sangue.
—No hacen falta naciones para que
corra la sangre, tan solo dos hombres.
—Y un deztino no compadtido.
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