—Pregúntaselo a él.
—Ya no hase falta —contestó con toda la razón.
—Pero buenos días —quise suavizar el encuentro matinal.
—Ayed y anteayed también podían habed zido buenoz —siguió mordaz
el rano.
—¿Y no lo fueron?
—No zé que desidte. Máz bien fuedon zilensiozoz.
—También se puede gritar por la Red, como haces tú —ahora fui yo el irónico.
—Pod Intedné guitamoz y noz quehamoz mushoz, ¿no?
—Es de lo que se trata, pero cada uno desde su sitio —puntualicé.
—Hay quien lleva aguantándoze máz de medio ziglo y todavía no zabe
dónde eztá.
—Y otros que no se mueven de él aunque les pase por encima un
tornado.
—¿Me quiedez desid algo en conqueto, Mengudo?
—Sí.
—Poz zuéltalo.
—Que me dejes tranquilo. Lo que menos me apetece ahora mismo es
discutir contigo.
—Uno no dizcute zi doz ze quieden.
—Eso no es del todo cierto, salvo que cambies el verbo querer por
el de convivir.
—La convivensia ez lo mehod que tenemoz.
—Y lo peor.
—Ya eztáz con tuz ambivalensiaz, ni que fuedaz valensiano de made y pade. Y ezo que no quiedez dizcutid.
—¿Y tú? —le eché en cara.
—Zi yo quizieda dizcutid te había peguntado ya qué hay de comed.
—Pues a eso no te voy a contestar.
—Ya lo oleré —dijo muy ufano Erre C. A., lo que me hizo
levantarme, ir al tendedero y volver armado con una pinza de la ropa. Luego
cogí cinta adhesiva de embalar —. ¡OYE, ZUÉLTAME LAZ MANOZ, LA PINSA ME APETA
MUSHO LA NADÍS Y NO PUEDO DEZPIDAD BIEN!
—Si estuvieras mojado podrías respirar por la piel como tus
congéneres.
—Yo no zoy una dana al uzo, zoy de tapo.
—Y yo no soy de piedra.
—Poz lo padese.
—Y si no tuvieras la boca llena de quincalla podrías respirar por
ella.
—Cada uno tiene en la boca lo que quiede.
—O lo que consigue. Que es tu caso. Y no me refiero a tus
collares.
—Yo no conzigo la comida, me la dan. No conosco a ningún animal,
zalvo al hombe, que tenga que empleadze pod un zueldo pada conseguid la comida. Eza no ez una
ley natudal. Casad o libad o paztad zí.
—Me callo.
—Ez lo mehod que puedez hased, pedo zuéltame d’una ves o quítame
la pinsa de la nadís —se la quité porque su color iba tornándose azulado—.
Gasiaz. Y ahoda póntela tú.
—¡Qué listo! ¿Por qué?
—Podque con el ezfuedso ze m’ha ezcapao un tufo.
—Guarro.
—Todtudadod.
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