—¿Qué Julio, el vesino?
—No. El mes de julio.
—¡Ah! ¿Y pod qué?
—Porque no está haciendo calor por las noches.
—¿Y ezo a quién le impodta?
—A mucha gente. Y a mí en particular que sufro los rigores veraniegos.
Otros ni sienten ni padecen.
—Pod m’alego pod ti.
—Lo dices como si pasaras de mí.
—Ez que pazo de ti, como ni ziento ni padesco...
—Pues voy a tomar yo la misma medida, también voy a pasar.
—Hadáz bien. Tanto hasedze cazo a uno mizmo no ez bueno. Debedíaz
hasedme máz cazo a mí, como hago yo.
—Primero dices, e inmediatamente te desdices.
—No. Pimedo hablo de ti, y luego d’Ede Se A. Y no ez lo mizmo,
aunque pudiera padesedlo.
—Desde luego tienes una forma de entender las cosas... No sé, al
menos arbitraria.
—¿Inzinuaz que podía zed un buen adbito?
—No, arbitrario y arbitraje no es lo mismo. Yo me refería a que
eres caprichoso en tus planteamientos.
—¿Pod qué, podque no bailo al zon que tocaz?
—No, porque cuando oigo tus razonamientos se me rompen los
esquemas.
—Yo no dasono, no tengo nesezidá. Ni tampoco ezquemaz, no zoy un pes.
—Esquemas, no escamas. Pero será por eso.
—Sedá.
—Cada día me cuesta más hablar contigo.
—Ezo ez pod tu falta d’imahinasión.
—O porque me tienes harto.
—Poz mádshate de vacasionez.
—Con encerrarte en un armario tendría bastante.
—Puedo hacer de mi capa un sayo y de mi rana un cojín.
—¿Y qué ibaz a conseguí?
—En el segundo caso vivir más cómodo. Y en el primero abrigarme más.
—¿Pedo no disez que zufez loz digodez del vedano?
—Yo me entiendo.
—Ezo queez.
—Me lo vas a decir tú.
—Y quien zi no, ¿Hulio?
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