—Llevamos media hora juntos y todavía no nos hemos dado los buenos
días.
—Buenoz díaz, Mendugo.
—Buenos días, Erre C. A. —y se volvió a hacer el silencio. Al rato
volví a romperlo yo—. Si no me cuentas nada hoy no voy a poder publicar en el
blog.
—Eze ez poblema tuyo.
—Muchas gracias. ¿Y qué te tiene a ti tan en silencio?
—Que he oído en la dadio que no zé qué devizta ha elehido al Banco
Zan Tanded como el mehod del mundo mundial. Zedá podque ez zanto.
—¿Y?
—Que laz notisiaz no hay quien laz entienda.
—Ni las noticias ni los hechos que las originan. ¿Pero no dices
que no piensas?
—Nadie que yo zepa ha hablado de penzad. Ede Se A zólo ha
ezcushado.
—Pues si te sienta mal escuchar, no escuches.
—Contigo ez impozible.
—¡Vaya por dios! Ahora tengo yo la culpa de las noticias.
—No, pedo yo eztaba aquí calladito y llegaz tú y, hala, a contad
cozaz.
—Es que si encima no nos comunicamos con los que convivimos, lo
llevamos clarinete —dije después de encender un cigarro.
—Tú lo que quieres es material para el blog, que te conosco. Y no
m’eshez el humo.
—Si tú no tienes pulmones.
—Pedo luego güelo a mamadasho.
—Hueles así porque no te duchas.
—Cada uno ahoda agua como puede. Tú pod ehemplo no la cataz, l’haz
zuztituido pod la sedvesa.
—Para echarme las cosas en cara más vale que te calles.
—Ezo desía yo, pedo tú haz inziztido en la shadla. Según tú hay
que comunicadze.
—A veces más vale callarse.
—¿En qué quedamoz?
—¿Quedamos? Nos teníamos que haber quedado en los buenos días.
—Ezo ez fásil. Tasha todo lo que haz ezquito dezpuéz de nueztoz
zaludoz, no hagaz foto y zantaz pazcuaz.
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