jueves, 5 de julio de 2012

Admiración

—Hay una coza que no entiendo, Mendugo.
—¡Qué suerte! ¿Una sola?
—Ez una fodma de hablad.
—¿Y qué es ello?
—Vamoz a ved, ¿zi laz cuentaz de cualquied empeza pivada se hasen públicaz a tavéz del Dehizto Medcantil, pod qué laz cuentaz de loz padtidoz políticoz no zon públicaz zi zon empezaz al zedvisio de todoz?
—Por lo de siempre. Por el origen y el uso del dinero.
—Pedo zi eze dinedo ez público.
—No todo.
—Pedo elloz eztán obligadoz a dad ehemplo.
—Nadie escupe al cielo, ni tira piedras contra su tejado.
—No me convensez. Pedo eztamoz adeglaoz... No m’eztaña que la hente no ze fie d’elloz.
—Además, ellos legislan, ellos se ponen el sueldo, ellos se fijan las dietas, ellos justifican los gastos, ellos manejan la información, etcétera, etcétera.
—Antez Ede Se A no entendía podqué un tío quedía zed político, pedo ahoda ya lo entiende.
—¿Tú sabes el significado de pastelear?
—Hased paztelez. ¿Pedo qué tiene que vez la pazteledía con la política?
—No, pastelear no es la ocupación de un pastelero, es contemporizar por miras interesadas. Y los políticos no dejan de ser humanos sujetos a pasiones.
—Poz ezto hay que cambiadlo.
—Los nuevos que vinieran no dejarían de ser humanos.
—Poz votad pod danoz o zapoz.
—Entonces estaríais siempre de comilonas.
—Anda que ahoda ze codtan un pelo.
—¿Conoces la anécdota de Teresa de Calcuta respecto a este tema?
—No. Cuenta.
—Pues la ONU la invitó a dar una charla. Se desplazó a Nueva York y aprovechó el viaje pagado para reunirse con sus colaboradores, los que gestionaban su organización mundial para recaudar dinero para sus niños y sus pobres. En una de esas reuniones, la preguntaron si quería tomar algo; ella contestó que agua. La trajeron una botella de agua mineral, y a la pobre se la ocurrió preguntar cuánto valía. La contestaron que dos dólares, si no recuerdo mal. Ella echó un vistazo a la gran mesa de reuniones y vio las botellas de agua y los zumos servidos. Y decidió en ese mismo momento disolver su asociación. Argumentó que con el dinero que se gastaban los gestores en bebidas en una reunión, dinero que se recibía de gente anónima de todo el mundo, ella daba de comer a más de uno de sus niños durante un año.
—Ezo ez una leyenda udbana. No puede habed hente tan hondada.
—Pues creo que es cierto. Porque si te cuento qué quería que la embargaran cuando quisieron echarle a bajo por asuntos no muy claros la ciudad que había construido, creo que en Bombay, te lo crees menos.
—A ved, ¿qué?
—Pues llegaron del juzgado y la preguntaron dónde estaba lo que más valía de esa ciudad.
—Pada llevadzelo, clado.
—En efecto. Entonces, ella les llevó a los dormitorios de los niños que andaban todavía entre las sábanas y les dijo a los del juzgado que se llevaran a los niños, que era lo más preciado de ese lugar. Pero que ese tesoro había que cuidarlo.
—Vaya pad que tenía la mosa.
—Por ese tipo de personas sigo creyendo yo en el Hombre.
—Eza zí que ez una made y no la que padió a nueztoz políticoz.
—Oye, que las madres no tienen la culpa.
—Aunque ez ota forma de hablad, no zé yo zi ente ellaz y loz padez no noz l’han liao.







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