—¿Pod qué? Yo apendí cozaz y conosí a hente.
—Pues porque el día que fuiste fue uno de los peores de su
historia.
—¿No me digaz que edez zupedstisiozo?
—No, para nbada. Creo tanto en la casualidad como en la
causalidad.
—Poz yo penzé qu’edaz detedminizta.
—En frío sí. Pero hay muchas cosas que no me explico.
—¿Cómo qué?
—Como mantener una relación contigo.
—Te comez musho el tado. ¿Ez tan impodtante sabed el motivo pod el
que tú y yo zomoz amigoz?
—Yo sé el motivo que nos ha llebado a esa amistad. Lo que no
entiendo es cómo he llegado a hablar contigo de tanto y de lo que tanto me
importa. Más que con nadie, desde luego.
—Podque zoy un tío lizto e intedezante.
—No tienes ombligo , pero ejerces de él como centro del universo.
Podrías parate a pensar que la causa puedo ser yo y no tú.
—Ya zabez que no pienzo, pedo m’eztañadía. Tú edez un tío normal,
de loz que daz una patadsa a una pueda y zalen dies mil. En cambio, fíhate en
mí: un dano, adolescente, en plenitú de facultadez, nasido de una camella de
cadne y güeso y de un león de pelushe, un muñeco qwue ziente y ez capás de
comunicadze. ¿Cuántoz conosez, eh?
—Aunque no fueras el único, la unicidad también la siento yo,
aunque esté debajo de una piedra con otros diez semejantes igual de anodinos.
—Bueno, algo de dasón zupongo que llevaz. Pedo que zepaz que zoy
yo el que te hase único.
—Pues yo creo que todos los seres vivos son singulares.
—Palabedía. Podque yo muy vivo no eztoy. O eso disen loz mocozoz y
mocozaz que vienen a ezta caza, que padese una guaddedía.
—Tendrás tú algo en contra de que vengan mis amigos. Claro, como
no te hacen mucho caso... Además, aunque yo me sienta especial, hay una cosa
que no me gusta de esa sensación de unicidad: la necesidad que tienen algunos,
al sentirse así, de salvar el mundo, por ejemplo. Sentirse único...
—¿Qué tiene de malo sentirse único? Forma padte de la autoestima.
Y quededze y admidadze uno mizmo no ez moco de pavo.
—Pero cuesta mucho mantener el tipo ante el espeho.
—Poz yo me veo mu pintón en el espeho. Y laz dudaz, según tú, zon
buenaz.
El pintón |
—Pero no vivir dentro de un mundo interior de dudas. Eso ayuda
poco.
—Mehod vivid ente dudaz qu’ente nesecidadez.
—Pues tú, ni lo uno ni lo otro.
—¡Oye, que yo tengo miz dudaz!
—¿Tú? Tu tienes cubiertas todas las necesidades y todas la dudas.
No fastidies.
—Puede que zí. Pedo noto un dehe de envidia en tu voz.
—Lo penúltimo que sentiría por ti es envidia, te lo aseguro.
—¿Y lo último?
—¡Lástima!
—¿Lástima de qué?
—Que lo último que sentiría por ti es lástima. Que n o te enteras,
Contreras.
—Yo no m’apellido azí, zino Se A.
—Algún día me explicarás qué clase de apellidos son esos.
—¿Y tú t’eztañaz después de eztudiadte el zantodal y laz liztaz de
apellidoz españoles?
—Los tuyos no son españoles.
—Anda que la Duquesa de Alba, ezpañolízima pod oto lado, tieme
apellidoz andaluses, no te hodoba el andoba.
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