—En una mano el cigado, en la ota la pluma. El senisedo a la
dedesha, y el cuaderno baho la pluma. Ah, y el culo máz quieto que la
decupedasión económica.
—¿Y qué?
—Que tu suduhano vazculad t’eztadá hasiendo la ola.
—Y a ti que te importa. Le he visto esta mañana después de los
consabidos doce meses y me ha quitado una medicina.
—Podque no andaz, y eza medicina ez contapodusente zi ehedzez el
zedentadizmo.
—Insisto. ¿Y a ti qué te importa? ¿O es que estás preocupado por mí?
—Pod ti no, pod mí.
—Ya me extrañaba. Pero no te preocupes. He dejado dispuesto que te
traten a cuerpo de rey Aunque, a veces,
se me pasa por la cabeza pedir que te entierren conmigo.
—No hod..., hodobez. Hay cadiñoz que matan. Eztá clado. Pedo bueno, zi m’ezcluyez d’aziztidte en vida, podiamoz eztád de acueddo.
—Vamos, que cuando esté más para allá que para acá, no te voy a
ver el pelo.
—El pelo no me lo vaz a ved, te lo azegudo-
—Yo sé lo que me digo.
—Nodmalmente zí, pedo últimamente de acueddaz máz de tu infansia que
lo d'ezta mañana.
—Pero eso es una postura, no el alzheimer.
El del bisoñé |
—Llámalo equiz. Oye, zi quiedez me pongo uin bizoñé, y azí te doy
el guzto de vedme el pelo.
—Y si quieres tú, me meto en una caja y te doy el
gusto de velarme.
—No eztadía mal. A ti te guztanb loz zimulacoz.
—Y a ti la fabada.
—Zi lo hubieda disho yo, me hubiedan llovido tuz quíticaz. Pedo
que zepaz qu’el día que no eztéz, el aguhedo que dehadáz no lo llenadá nadie.
—Pero no es exclusivo de mi futura ausencia.
—Zi lo digo pod lo hodondo qu'edez.
—Ya, pero cualquiera que muere
deja un vacío que nunca se llena. La muerte provoca esa sensación que de hecho es
la mayor realidad a la que se tiene que enfrentar cualquiera.
—Y una miedda. ¿Tú queez que yo voy a dehad un vasío?
—Si se da el caso, para mí sí. Y muy grande.
—Mendugo.
—Qué
—Edez un zentimental.
—¿Y tú que eres?
—Huntoz zomoz la cuadta hiztodia de Ell zueño d’una noshe de vedano.
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