lunes, 25 de junio de 2012

El miedo


—¡Ho, Mendugo! Ayed me dehazte azí, al delente y me duele el cuello que no veaz.
—¿Y por qué te has quedado ahí toda la noche?
—Podque zi me muevo hago duido y te poned como un enedgúmeno.
—Mira que eres tonto, colega.
—Y tú tidano.
—¿Pero qué ruido vas a hacer tú andando, si no llevas ni calzado?
—Ya, pedo me fui a incodpodad y cazi tido la husha de lata eza que tienez pada adeglad.
—Y te entró miedo.
—Zomoz hihoz de cobaddez.
—Habla por ti.
—Y pod todoz. ¿Gasiaz a qué hemoz zobevivido, a ved?
—Gracias a que nuestros ancestros perpetuaron la especie.
—Poz ezo. Estamos aquí podque elloz codiedon cuando eztaban en peligo. Pod ezo tu ezpesie y la mía han llegado hazta aquí. Y, ademáz, eztá sientíficamente pobado que el miedo ez la autodefenza máz pimadia.
—De ahí vendrá el dicho.
—¿Qué disho?
—Que el cementerio está lleno de valientes.
—Luego daz la dasón a Ede Se A.
—En parte sí.
—Bueno, algo ez algo. ¿Y no tienez una quema pada la todtículiz?
—No, tengo un plan para rescatar tontos miedosos.
—Como laz hohaz de duta ezaz que nunca funsionan?
—Algo parecido.
—Poz ezo te lo puedez meted donde te quepa. A mí me duele el cuello.
—Pues córtatelo.
—Lo que me faltaba. Después de entender lo de la estadística eza de que ente loz doz medimoz doz metoz, a mí no me zoba nada de altuda.
—Tampoco tienes el cuello tan largo.
—Ni tú tanta dasón.







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