lunes, 11 de junio de 2012

Espacio vital


—¿Y ahora me vienes diciendo que necesitas tu espacio? ¿Una habitación para ti solo?
—Zí, me ziento invadido en m’intimidad.
—¿Sabes una cosa? Yo jamás he tenido una habitación para mí solo. Yo nací en una casa de treinta metros cuadrados. Y la compartía con padre, madre, abuela y tres hermanos.
—Hope, vaya panda.
—Y dormía en la misma habitación con tres de ellas.
—Sedía uno ensima de oto. Pedo, ¿y qué?
—Que nunca sentí eso de la invasión de la intimidad.
—Podque no la conosías.
—O porque tenía otras necesidades más perentorias.
—¿Y qué me disez del baño?
—¿Qué tengo que decirte? Porque no te entiendo.
—Que lo compadto con tu hiha.
—No. Lo comparte ella contigo, que no es lo mismo.
—Zí, lo mizmo ez eztad hodido que hodiendo.
—Te voy a lavar la boca, eh.
—Zi encontamoz el baño dezocupado...
—¡Anda, vete por ahí! Si mi hija en el baño se lava los dientes, se ducha, se peina, caga y mea. Punto. Ni siquiera se pinta o se hace coletas.
—Pedo m’encuento peloz.
—Lo raro es que te encontraras plumas, no te digo. Y, además, tú sólo usas el baño para evacuar, ni te lavas la boca ni el cuerpo, ni te peinas.
—Lo d’evacuad zuena a zimulaco en alta mad.
—Sí, ahora hazte el graciosillo. Yo compartía baño con toda mi familia. Y eso que no era un cuarto de baño propiamente dicho, sino un cuchitril con un inodoro de hierro y un espejo. Eso sí, tenía un ventanuco que no cerraba. Se te quedaba el culo helado en invierno.
—Pedo no nesezitabaiz máz.
—Lo dirás tú que no te lavas.
—Lo digo pod lo que comíaiz. Tú m'haz contao que mushoz díaz t’acoztaba tu made a laz zeiz pada ahodadze la sena.
—No, para ahorrarse la cena no. Uno no se puede ahorrar lo que no se tiene.
—Pedo ez que m’eztáz hablando del paleolítico, Mendugo.
—Y tú de una actualidad indigerible. Esta casa no da más de sí, y, además, es un lujo que muchos quisieran.
—Pod yo nesezito un dinconsito donde encontadme conmigo mizmo zin que nadie me molezte.
—Pues comete un delito y que te metan en la cárcel- Allí te mantienen y te aislan en una celda. Y si noi quieres dejar de aparentar honradez, métete a cartujo.
—El hábito no hase al monhe, pedo lo que tú quiedez ez dezhasedte de mí.
—Yo no quiero deshacerme de nada ni de nadie. Eres tú el que viene con exigencias que no entiendo dadas las circunstancias.
El pirado
—¡Ho, cómo te ponez pod na! Pedo luego, zi me zobevienen taumaz ya zabez quien tendá la culpa. Zi se me pida la shola, ¿qué?
—Sí, y tendré que pagarte el psicoanalista, ¿no?
—No, yo no soy feudiano. No lo delativiso todo al zezo.
—Y encima te sientes superior. Lo que nos faltaba para el duro.
—No, lo que noz falta ez una habitasión pada Ede Se A.
—Pues a Erre C. A. le va a faltar espacio para dar vueltas cuando le dé una patada en el culo.
—Eshaba yo de menoz la violensia.
—Es que me sacas de quicio.
—Cual puedta inmóvil.
—¿Sabes? Hoy te acuestas a las seis de la tarde.
—Poz pienzo comed el doble. No te vaz a ahodad la sena.






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