—Ezte año no voy a tomad el zol.
—Me parece una medida muy saludable. Pero total, para calentarte
sólo.
—Hombe, coho mi puntito de bonse.
—Bien dices, porque lo único que te sale es un puntito en el
moflete.
—Ezo ez la quemaduda d’un sigadillo. De cuando eda pequeño.
—¿Tus padres fumaban?
—No. En la comunión de mi pimo Henado un invitado tidó una colilla
y me dio en to la cada.
—Vaya puntería. Porque tú grande nunca has sido.
—Puntedía la mía, que le devolví el sigadaso en fodma de pieda y
le zalté un oho.
—¿No será verdad?
—Te lo pometo. Ahoda el tuedto ez el dey y m’eztá mu agadesido.
—No sé porqué pero tu anécdota me suena a cuento chino.
—Poz no te la queaz, a mi qué máz me da.
—Vamos a ver, si tú tuvieras como amigo a un rey agradecido, ¿ibas
a estar aquí?
—¿M’eztáz llamando godón?
—No. Intento no llamarte tonto.
—O zea, que pìenzaz que hay que apoveshadze de tuz amigoz, ¿no?
—Yo no estoy hablando de mí.
—Entonsez, definitivamente, m’eztáz llamando godón.
—Pedir ayuda ante las dificultades no nos convierte en gorrones.
—Pedo ez que Ede Se A no paza pod dificultadez.
—No. En eso llevas razón. Te lo montas muy bien.
—Hay quien ze lo monta mehod.
—Yo por ejemplo, ¿no?
—El que ze pica ahoz come.
—A ver, ¿y dónde reina tu amigo tuerto?
—En el paíz de loz siegoz.
—Sí, a la vuelta de la esquina.
—Vaya bola que me estás metiendo.
—Mehod que una pedada.
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