Nota:-El final lo aporta Sofía
—Te van a poné un monumento en Codeoz.
—¿Por qué?
—Podque debez zé el único individuo que manda cadtaz poztalez.
—También las recibo de Deme.
—Poz a él en Cuenca y a ti en Madí. Loz zelloz han pazado a zé
antigüedadez, tío.
—Pero a ti bien que te gusta cotillear en el contenido de mis
cartas.
—Podque
me padesen documentoz del ziglo diesizéiz.
—En
aquella época también los llamaban billetes.
—Ah,
pod ezoz te guztan.
—No.
Me gustan por lo íntimo que me parece. Me gustan las cartas manuscritas porque
cuando las escribo me parece como si compartiera ese rato con el destinatario,
entre otras muchas cosas. Es un acto íntimo…, sin intermediarios.
—Como
la maztudba…
—No
seas bruto, Erre C. A. —le corté.
—Vaaaaaale.
—Además,
intervienen al menos dos personas.
—Ez
que lo pintaz d’una maneda…
—También
me parece un rito del que me veo protagonista.
—Vamoz,
como loz cudaz cuando cantan miza.
—Si
sienten lo mismo que yo, no me extraña que celebren todos los días. Pero si yo
escribiera a diario creo que perdería el encanto.
—Edez
un domántico, Mendugo.
—Para
algunas cosas sí.
—Yo
pefiedo el codeo elestónico o el eze eme eze.
—Cada
medio de comunicación escrito tiene su momento y su lenguaje. No me veo yo
enviando un SMS a un amigo contándole mis sentimientos y vicisitudes. Para un
recado o un aviso, vale, pero…
—El
hábito hase al monhe.
—No,
no es eso. De la misma forma que no escribiría una carta en papel de estraza,
salvo fuerza mayor. Otra cosa que me gusta es releer las que me remiten.
—¡Qué
abudido!
—Para mí no.
Una carta manuscrita es un regalo que puedes disfrutar más de una vez.
—Depende de lo que te ezquiban. Pedo, clado, pod el pesio de un zello que oto paga, tú
te compaz una novela.
—Una
de dos, o yo no me explico o tú no me entiendes.
—La
una.
—¿Cómo
que la una?
—Que
la una cosa que haz disho: tú no te ezplicaz.
—Menos
mal que esta conversación se está escribiendo, si no, habría quien te daría la
razón.
—Mendugo,
tú teníaz que habé zido notadio. Mida que te guzta levantá asta.
—Si
me gustara levantar astas, hubiera sido confaloniero.
—¿Eze
quién ez, el que va con el falo pod ahí?
—No.
Pero lo que está claro es que tú y yo vivimos juntos pero en mundos diferentes.
—Zi
midadaz una miahita máz hasia fueda y menoz hasia dento, a lo mehó coinsididiamoz máz.
—¿Mira
quién fue a hablar! El de una mierda para mí que para eso es mía.
—Ezo
ez zed egodizta, no intovedtido ni autizta. Pod siedto, ¿tienez algo pada loz
golpez?
El motadón con el manco |
—No
pienso pegarte.
—No,
ez que ayed en el padque me he hesho un motadón con un manco de pieda.
—¿Qué
te ha hecho un manco?
—Un
motadón —y Erre C. A. me enseñó un cardenal en su rodilla.
—¿Pero
así, cómo vamos a entendernos?
—Pada
entendedze zoban laz palabaz o zon laz que eztodban la comunicasión. Zi Ede Se
A no hablada, segudo que le acadisiabas y le poníaz en tu cama. Que ez lo popio
que haséiz loz humanoz con un pelushe y no lo que hasez tú con tu dano —y se fue mosqueado.
Imagen bajada de www.efdeportes.com
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