—¿Hoy no zalgo yo en el
pozt?
—No, calla. Déjame escribir.
—¡Ho!
Lo que dije el otro día me
ha hecho pensar y me reafirmo con contundencia: el DRAE es un libro que nos invita a entendernos. Y todo lo que se
haga en ese sentido es positivo y bienvenido. En sentido figurado, aunque
muchos pensarán que no es cierto, el DRAE es el antónimo de la política. A
mí, sinceramente, esta última me enreda más que me aclara. Tampoco veo yo que
limpie, fije y dé esplendor; sino más bien lo contrario.
—¿Qué zi hoy no digo yo
nada, Mendugo?
—Que te calles de una vez,
pesado.
—Vaaaaaaaaaaale.
Hacía mucho tiempo que unos
palabras no expresaban tan exactamente mis ideas, mis sentimientos. Me regodeo
en ellas: el DRAE es una invitación a
entendernos. No es una obligación, no es una imposición. Sí, señor. Ahí le
has dado, Mendrugo. Eso sí, una invitación puede rechazarse o aceptarse. Hasta analizando
por separado las palabras de esa mi definición aguanta y expresa a la
perfección mi idea.
—M’eztoy abudiendo.
—Pues haz un solitario.
—No me guztan loz
zolitadioz.
—Haz una torre y déjame
seguir.
—Miedda de intelectual de
Paco Tillo.
—De pacotilla.
—Mi Paco no ez cotilla. Y tú
a lo tuyo, codestod de loz cataplinez.
—Mira Erre C. A., así es
imposible centrarse en nada. Quien con niños se acuesta…
—Había que codtadle lo que
le cuelga.
—En eso estamos de acuerdo,
al menos en sentido figurado. Pero yo me refería a que mojado se levanta.
—Eztáz quivocado. El mohao
que ze levanta ez el que duedme a la intempedie en un inviedno lluviozo.
—A ver si nos entendemos.
Pon un poquito de tu parte, porque esto parece el Congreso.
—Algo así.
—Poz ponlo.
—¿Tú crees que servirá para
algo?
—Hombe, según tuz palabaz ez
una invitasión a entendedze, aunque yo lo quieda pada deposad y dezcansad laz
piednaz, como un ezcabel.
—Esto me pasa por dejar que
metas baza. Ya no tengo tan claro lo que me había henchido de orgullo.
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