—¿Por qué?
—Podque tienen menoz convedzasión que un klinez. Ni
hablan, ni zienten, ni padesen... Aunque lez tidez del dabo.
El listo y el tonto |
—No todos los muñecos tienen tu suerte.
—¿A cuála te defiedez, a la buena o a la mala?
—Al destino en general.
—Anda que lo que m’ha tocao a mí...
—No te quejes, que siempre hay alguien que va detrás
y recoge lo que tiramos o se nos cae.
—Poz el que vaya detáz de ti lo lleva clado. Y
ademáz, no hasen monedías.
—¿Los que van detrás?
—No, loz monoz.
—En eso coincido contigo; tú, al menos, haces
ranadas. Ellos tan solo son monos.
—Poz tampoco me padesen bonitoz. Y la matedia pima
deha musho que dezeá: unoz calsetinez.
—Pues seguro que están más limpios que tú.
—A zabé. ¿Tú loz haz olido?
—No.
—¿Entonsez?
—Mi chica es muy limpia, ¿o acaso lo dudas?
—No, pada nada. Pedo un calsetín ziempe zedá un
calsetín.
—Por lo mismo un rano siempre será un rano.
—Poz hala, ponte a shadlad con una monada d’ezaz, y
luego me cuentaz.
—Yo no estoy juzgando, ni valorando, ni eligiendo.
—No, que va...
—Yo te prefiero a ti, si te empeñas. Estás vivo.
—Podque tú quiedez.
—Qué más dan los motivos.
—Poz zí, podque zi mantienez a Ede Se A vivo pada
dadle caña...
—¿Es eso lo que piensas?
—También cuenta lo que padese.
—Si quieres hacemos una encuesta.
—¿Y a quién vaz a peguntad, lizto?
—A los que entran en el blog.
Erre C. A. comenzó a reírse a las once de la mañana y
acabó a las once de la noche. Cuando acabó, almorzó, comió, merendó y cenó al
mismo tiempo. Y una vez lleno y satisfecho, me dijo:
—Mehó que conzultez con la almohada, zegudo que
ezcushaz máz opinionez.
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