El sudsidod |
—Ez que m’esho una hedida y me la eztoy
coziendo.
—A ver, déjame que te ayude. Donde la
tienes te va a ser difícil hacerlo solo.
—Vale, pedo no me pinshez, laz
inyessionez me dan hoddod.
—Venga ya, quejita. Si tú tienes puntadas
por todas partes.
—Ya, pedo lo de laz hedinguillaz ez
veddá. Me dan miedo.
—No te preocupes... Pero para coserte
tengo que pincharte.
—Poz no, déhalo. ¿Tienez shicle?
—No lo sé. ¿Te calma masticar chicle?
—No, a mi ze me pega con loz colladez.
Pedo tú lo mazticaz un poco y luego me lo pegaz en el doto. Ah, mehó que zea de
menta pada que haga huego con mi piel.
—Eso es una guarrada... Y tampoco iba a
durarte mucho.
—Vaya que no. A mi made ze le pegó uno en
la pesuña y le dudó m’infansia.
—Tu infancia fue corta.
—Zí, máz que el zueldo de un azpidante a
mileudizta.
—Entonces, ¿masco el chicle?
—No, la veddá ez que me da un poco de
azco. ¿Y una tidita no zedvidía?
—En el fieltro pegan mal las tiritas.
—¿Y pegamento?
—No, no lo veo. Aunquye lo niegues, tu
piel está hecha de un tejido con pelillos.
—Poz ezo zólo ze le ocude a un tonto.
Mida que hasé un dano con peloz...
—Sí, hay gente para todo. Hasta para
gobernar un país.
—Zí, pada todo menoz pada adegladme ezte
dezcozido. Ze me van a zalí laz tipaz.
—A lo mejor, si no miras mientras te
coso, ni te das cuenta. La sugestión —intenté animar a Erre C. A.
—Ez que no zé que me da máz coza, que me
pinshez o que me toquez el culete.
—Si quieres te pongo una pinza de tender
la ropa.
—Zí, hombe. ¿Y el pellisco?
—Oye, ahora que me doy cuenta, tú te ibas a coser
solo.
—Ya, pedo una coza ez que me pinshe yo y ota que lo
hagaz tú.
—Mira tú que bien. Pues arréglate tú mismo. Yo sólo
queria ayudar. Ya ves, a mí me da lo mismo.
—Ya veo lo que te importa Ede S. A.
—Es que pones peros a todo.
—Tú, en cuanto hay que cudadzelo un poco zalez pod
piednaz.
—Venga, te pongo una grapa y te pincho una sola vez.
—Y un cuedno, zi laz inyessionez me hododizan, laz
gapadodaz ni te cuento. Ademáz, yo no zoy de papel.
—Bueno, ¿y qué hacemos?
—Llévame a udhensiaz y que m’aneztezien.
—Sí. Aparezco yo contigo por el hospital y una de
dos, o me echan de la Seguridad Social o me admiten a perpetuidad en alguna clínica
mental. De verdad, la que estás liando por dos puntadas de nada.
—¿Y zi me daz güisqui como en laz peliz de indioz y vaquedoz
cuando le zacan la flesha al potagonizta?
—En esta casa no hay güisqui, lo siento.
—Ho, poz eztoy adeglao...
—Ya quisieras. Hasta que no te cosas eso no vas a
estar arreglado. Verás, se te va a salir todo el relleno.
El del tapón |
—¿Qué está? —pregunté, pero el rano me dejó con la palabra en la boca.
Salió hacia la cocina. Oí ruido de cajones y al poco volvió con una sonrisa en la boca y con otra cosa en el culo.
—¿Haz vizto? Hay que penzá un poquito, hombe, que zólo tienez la cabesa pada peinadte.
Y se encaramó a su balda.
Había que verle con un tapón de corcho en el descosido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario