El del sitio |
—Tu sitio está en esa estantería —le indiqué al rano.
—No me defiedo al zitio fízico.
—¿Entonces?
—Al lugad que cualquieda ocupa en ezte mundo.
—Eso nos pasa a todos en algún momento de nuestra vida. Pero todo llega, no te preocupes.
—O zea, que me decomiendaz pasiensia, intedpeto.
—No era mi intención recomendar nada, pero no es mala idea.
—¿Y mientaz tanto qué? —me apretó Erre C. A.
—No sé qué decirte, pero mientras tanto puedes seguir con lo que haces.
—No. Nesecito un cambio —me contestó.
—¿En qué sentido?
—En el vital.
—¿Qué has desayunado hoy, un bocadillo de metafísica? —expresé mi extrañeza por el rumbo que tomaban las proposiciones raniles.
—No. Cuato madalenaz, un cudazán, dose galletaz, una todta d’aniz, un tasón de sedealez y un vazo de leshe. Y de pozte doz yogudez de masedonia.
—Eres al único que conozco que toma postre en el desayuno. A ver si has nacido para comer —postulé con cierto retintín.
—Mida quien fue a hablá —se defendió Erre C. A..
—Ya no soy el que era.
—Pedo a pimeda vizta nadie lo didía.
—Volviendo al tema, ¿has pensado en emanciparte y vivir tu vida sin paraguas?
—No, no lo he penzado podque yo zoy animal de familia. Eztá en loz henez de cualquied muñeco.
—Y últimamente de muchos que no lo son.
—A zabé.
—Si te reconoces muñeco, actúa como tal —le comenté no sin pensar que quizá me estaba pasando.
—Pedo el guión que m’ezquibez no ez de un medo muñeco inanimado.
—Yo no te escribo ningún guión—protesté—. Eres libre de decir y hacer lo que quieras. Otra cosa es que te refugies en Minismisterios para no ser tú mismo —otra vez pensé que trapasaba una línea.
—Yo no m’ezcondo en ningún blo. Zi acazo en una cabesa hueca —se defendió el rano.
—¿Qué insinúas?
—Lo que to el mundo zabe.
—Me alabas con ese “todo el mundo”.
—Ez una fodma d’hablá coloquial —matizó el rano sin necesidad porque le había entendido perfectamente.
—Vamos, que me haces a mí responsable de todo.
—¿Te peza?
—Mucho más de lo que crees.
—Poz habedte pedido zed muñeco.
—Me he pedido tantas cosas... Y tantas cosas no me he pedido... —dije y suspiré.
—La Hiztodia no ez una biogafía.
—Pero las biografías constituyen la Historia.
—No zedá la mía.
—También la tuya.
—Zi lo que quiedez ez que me zienta impodtante no lo vaz a conseguí. Un dano ez un mindundi dento d’ezta dueda que hida y hida.
—Pues hay cuentos cuyo protagonista es una rana.
—Pedo ezo, como tú disez, zon cuentoz.
—¿Y qué es la vida sino un cuento?
—Ya eshaba yo de menoz tu lado infantil...
—Esa idea no tiene nada que ver con mi parte infantil. Hay cuentos de miedo, moralistas, tristes, alegres, etcétera. Pero todos tienen un final.
—No, pinsipio zí, pedo no todoz tienen final.
—¿No te estará refiriendo a la Historia interminable? Porque ese cuento más que interminable es deseado, y precisamente habla del final que, aunque no llegue en el libro, se anuncia en él. ¿No serás tú el que interprete las cosas infantilmente?
—M’eztáz hasiendo desí cozaz que no quiedo.
—¡Ya estamos! —me quejé—. Di lo que quieras, no te cortes.
—Yo no me codto, me dezcozo y me datifico: no encuento mi zitio. Zi al menoz tuvieda un mesenaz que me hisieda famozo...
—Ya hemos hablado en más de una ocasión de la fama, pero, ¿tú pretendes que te hagan famoso? ¿No sería mejor alcanzar la fama por tus propios méritos o deméritos?
—No le pidaz pedaz al olmo, Mendugo. La única pozibilidá que tiene Ede Se A pada zed autofamozo ez que todoz eztuviedan tan taztodnadoz como tú.
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