martes, 27 de diciembre de 2011

¿La hora de comer?

—¿A qué hoda ze come en ezta caza?
—Ya lo sabes, a las dos y media los fines de semana, y los laborables cuando llega la Jeru —le contesté a Erre C. A. y se me abrió la boca.
—Poz qué dollo, podque tengo hambe. ¿Y qué hay hoy de comé?
—Lasaña.
—Ummmmmmm. ¡Qué dica! ¿Y a qué hoda disez que comemoz?
—Voy a poner una agenda en la puerta de la nevera y vais a apuntar todos a qué hora queréis comer. Os vendría mejor, pero la comida perdería todo lo que tiene que no es alimentarse.
—¿Ez que zidve pada algo máz?
—A lo mejor para ti no, pero para mí sí.
—Como cualo.
—Mira, si te tengo que explicar eso, apaga y vámonos.
—¡Qué disez! —exclamó Erre C. A. asustado—. Ensiende y comemoz ya.
—Es una frase hecha —le aclaré yo bostezando—. Si no entiendes que comer en familia, el grupo más íntimo de las personas, no solo sirve para llenar la panza, es que no conoces al ser humano.
—Ez que laz danaz no noz zolemoz zentad a shadlad a la hoda de comé podque tenemoz que casad con la lengua.
—Pero ya llevas con nosotros una miaja de tiempo como para haber observado y sacado alguna conclusión, ¿no?
—Ya, pedo ez que cuando Ede Se A come, uza loz sinco zentidoz.
—Yo diría que pones seis, pero bueno. Por eso me gustas cuando comemos, porque parece que no estás, tan calladito y entretenido.
—Oveha que bala, piedde bocado. Zobe todo cuando poned la paella en medio de la meza y la compadtimoz.
—Cuando hago paella echo arroz para tres más.
—Poz ezoz tez nunca vienen.
—No lo hago por esos tres que dices, lo hago por ti, porque si no, los demás no catábamos el arroz.
—¿Y qué hoda ez? —volvió a preguntar el rano mientras se pasaba la mano por la tripa y yo seguía con los bostezos.
El miedoso desvelado y hambriento
—Mira, Erre C. A., entiendo que tengas pesadillas, que me despiertes a las tres de la madrugada, que nos sentemos aquí en el salón hasta que se te pasa el miedo y el malestar. Que te apropies de mi sillón. Pero que a estas horas me preguntes si falta mucho para comer, no te lo aguanto más veces. Como lo vuelvas a preguntar te quedas solo porque yo me voy a la piltra y tú a tu cama. Haya lo que haya en tu habitación.
—No podfa, que en el rincón de la ventana hay una adaña máz gande que un todo.
—Buena frase esa de más grande que un todo. Pero coges la manta roja y le das unos capotazos al toro, y así no me toreas a mí. 
—Mida, Mendugo, eztá amanesiendo. El zol noz da loz buenoz díaz.
—Será a ti, yo no estoy tan seguro de que vaya a ser bueno tal y como empieza.
—Pedo ez un día, ¿no?
—Sí, y podría servir para algo. Por ejemplo para salir a coger ranas.
—Eztá pohibido, ze ziente. 
—¡Qué lástima!, porque yo no tendría que salir de casa.
—¿Me pedmitez una zuhedensia?
—Sí, pero no preguntes a qué hora comemos.
—No, pero… ¿Dezayunamoz lazaña?
—No. Yo me voy a dormir.
—Poz vaz a peddé la mañana.
—Prefiero perder la mañana que la paciencia.
—No te peocupez, yo te la buzco. Aunque te paza lo mizmo cuando alguno llega tadde a comé.
—Si no avisa sí, me parece una falta de respeto para quien se lo curra en la cocina y en la compra y en pensar algo diferente de comida cada día, en poner la mesa, etcétera, etcétera. Y más cuando está consensuada la hora. ¿O es que no es rígido para el cocinero hacer la comida a diario, y la compra y etcétera, etcétera?
—Zí, la veddá, que eztén pendiente de ti tiene zuz ventahaz, pedo también tiene zuz inconvenientez.
—¿Cuálo?, como dices tú.
—Que tenemoz c’aguantadte.






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