—¡Eh! Esa carta es mía. Trae para acá... Me hace gracia que te metas en todos mis asuntos y tú, para una cosa que te pregunto, te niegas a contestar —le recriminé a Erre C.A. con la intención de sonsacarle.
El portera |
—Ez que edez una podteda, tío.
—¿Yo soy el portera? Si no me meto en tu vida para nada. En cambio tú estás todo el rato leyendo mi correo, que dime esto, que si dime aquello… —insistí por la curiosidad que tenía por saber lo que le había ocurrido en la Moncloa. Y por supuesto que era curiosidad malsana.
—Ez que ez una coza íntima —se defendió el rano.
—¿Y no es íntima mi relación con mi chica? ¿No es íntima? —insistí—. Y cuando te da la neura te metes en mi cama, entre los dos…
—Bueno, pedo ezo ez una udhensia. Zi tú tuviedaz pezadillaz…
—Pues no me metería en tu cama ni en la de nadie. Eso tenlo por seguro. Y, además, yo tengo pesadillas como todo hijo o hija de vecino.
—¿Cómo Zuzana?
—Como Susana, o como Juan Pedro o como Anastasia. Que a veces pareces tonto —seguí con el acoso y derribo.
—¡Eh, colega! Zin faltá. Que no hemoz empesado bien, pedo no zé yo cómo vamoz a acabá.
—Me da igual. Ya no quiero que me cuentes nada —probé la contraria por si acaso funcionaba. Y funcionó.
—Vaaaaale. Pedo pométeme que no ze lo vaz a contad a nadie. Y menoz que lo vaz a apoveshá pada tu blog. Me huego mi libedtá.
—Prometido —mentí con la mano en la espalda y con los dedos cruzados.
—¡Zi no ocudió nada, hombe! —recogió velas el rano.
—Venga —le animé—, haz un esfuerzo, que no me voy a reír ni nada.
—Poz que m’invitadon a sená y ze fue la lus —por fin se arrancó.
—¿Y quién te invitó?
—Un datón conosido mío que ze laz da de impodtante podque vive en el zótano d’un palasio.
—¿Y qué cenasteis? —yo iba con pies de plomo y despacito.
—Yo tenía de pimedo mozcaz y de zegundo mozquitoz. Y él cable, plato único. Pod ezo ze lió.
—¿Le entró diarrea o qué?
—No. Codtó uno goddo podque tenía musho hambe y ze fue la lus en todo el palasio.
—¿Y a vosotros qué más os daba?
—Poz que a mi ya no me guztan loz incestoz y apoveshando la ozcudidá me zubí a la sona noble y me puze a buzcá la neveda.
—¿Pero tú ves sin luz?
—Zí, laz danaz zólo vemoz en cuato zupueztoz, y uno d’elloz ez zi ze ozcudese nuezto entodno.
La detención |
—¿Y la encontraste?
—No. M’encontadon a mí, que no ez lo mizmo.
—¿Quién?
—Loz zegudataz.
—En Moncloa no hay seguratas —pensé que me mentía.
—Bueno, loz del pinganillo en la odeha.
—¿Y?
—Poz zalí pod pataz y me agadé a una.
—¿A qué una?
—A una pata de laz cuato que había debaho d’un mantel.
—Vamos, a la pata de una mesa.
—Poz zi eda una meza a mi me padesió el Titani. ¡Coza máz gande, colega!
—¿Y después?
—Nada, que allí me quedé hazta que dezapadesió el último sapato y ze volvió a apagad la lus.
—¡Pues vaya cosa! —me quejé.
—La coza ez lo que Ede Se A ezcushó mientaz eztaba allí abaho.
—Cuenta, cuenta.
—No, ezo zí que no.
—¿Por qué?
—Podque a la zalida me pilladon. Y me hisiedon fidmá un documento de confidensialidá autoinquiminatodio. Y ahoda no puedo hablá ni con la penza ni con dezconosidoz.
—Hombre, cuéntame algo, yo ni soy periodista ni un desconocido.
—No puedo, Mendugo. Me debo a mi honod. Zólo te digo que pongaz tuz badbaz a demohá. Que vienen cudvaz.
—¿Y cuando el camino ha sido recto? —pregunté retóricamente.
—Cuando hasían laz autoviaz, cuando puziedon laz viaz del AVE. Que zi eze ten no vuela, no ze podqué le puziedon eze nombesito.
—Viene de alta velocidad, creo, no de los pájaros.
—Poz yo queo que viene de elloz y máz conquetamente de loz pahadacoz. Pedo yo no t´he disho nada, eh.
Imágenes bajadas de www.es.123ef.com y www.yodibujo.es
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