—¿Qué escribes? —pregunté a Erre C. A.
—La cadta a loz Deyez Magoz.
—¿En un rollo de papel
higiénico?
—Ez que quiedo que zea muy
limpita y ademáz ez muy ladga.
—Tanto como estrecha, diría yo.
—Según cómo ezquibaz. Ede Se A lo
hase a lo ladgo, podque uza fazez muy eztenzaz… Pada explicadze, ¿zabez?
—¿Y en qué sobre piensas
enviarla? —me mofé suavemente.
—No la voy a eshá al codeo,
ze la voy a entegá en mano. No me fío. El año pazado o ze olvidadon zuz
Maheztadez de Ede Se A o Codeoz eztavió mi cadta y miz dezeoz.
—Haces bien. Con estas cosas
no se juega.
—No, dezde luego. Ni con
ezto ni con la comida.
—Y si no es indiscreción,
¿qué les pides?
—No te peocupez, pienzo zacá
una copia y ponedla en la puedta del figodífico.
—No, colega, no. Ahí no vas
a poner tu rollo.
—Anda, ¿no poneiz todoz
vozotoz laz vueztaz?
—Sí, pero escritas en una
cuartilla.
—Vozotoz podque no
desiclaiz.
—¿No me estarás diciendo que
el rollo es usado, no?
—Tú pienza lo que quiedaz,
en ezo ze baza la libedtá d’ezpezión. A ved, ¿pod dónde iba…? ¡Ah, zí!, pod la
zegadoda.
—¿Y para qué quieres tú una
segadora? —me extrañé.
—¿Te pegunto yo a ti pada
qué quiedez laz canicaz que guaddaz y laz peonsaz? Poz entonsez.
—Bueno, bueno. Perdona. Era
simple curiosidad.
—Zí, azí empesó la Heztapo.
—Y el conocimiento humano.
—No todoz teneiz
conosimiento. ¡Mida que no zabé pada que zidve una zegadoda...!
—Pues en esta casa no vas a
dejar a nadie ciego, te lo aseguro —bromeé.
—¡Qu’ingeniozo el Mendugo!
Podíaz ezquibí un tatado de fízica cuántica. Pedo mehó te ponez a hasé la
fabada y me dehaz un poquito en pas, ¿vale? Todo el día matando tontoz y ziempe
queda el máz goddo…
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