Siempre
he querido verme triunfador. De hecho, en su momento, hice una lista. ¿Triunfador como éste? ¿Triunfador como aquél? E iba descartando modelos. Me quedé sin ninguno. Reparé
entonces que ése era el asunto: el modelo. Todos los actuales me hacían
comulgar con ruedas de molino. No me bastaba con tener un sueño. Tenía que
pulirlo. Lo mío no era normal, me decía. Por otro lado, lo veía lógico:
triunfar como yo quería, no entraba dentro del catálogo al uso. Hoy sé que no
hago nada especialmente bien. Ni lo del principio, ni lo del final me quita el
sueño. Por eso hablo con Erre C .A. Estoy a su nivel. Intento reconstruir una
vida que no se ha ido al garete. Intento sentirme protagonista de mi propia
existencia: escribir, mal, bien o regular, expresando lo que siento. Sin
deberle nada a nadie que no sea un banco. Y sin rendirle pleitesía ni a famas
ni a dueños. Ni por méritos ni por deméritos me llegará la hora de
arrepentirme. Sea yo ese hombre gris que desea soñar en una realidad donde esté
prohibida la misma; donde cualquier loco sea admirado y no encerrado; donde la
suerte sonría a quien no compre loterías. Donde un niño me haga pensar que el
infierno puede esperar; donde las alegrías perduren y no sean moneda de cambio;
donde mi compañera y yo podamos convivir sin que la rutina se interponga; donde
la globalización económica se emborrache de individualismos; donde alguien
intente un socialismo que respete más a la individua que al individuo; donde
las “gracias” se despilfarren en boca de cualquiera; donde la fama no sirva
para comer; donde los maestros sean admirados; donde cuestionar no te reste un
punto; donde los modelos no sean envidiados y donde soñar con la fama te haga
feliz.
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