—Tengo que id al danólogo.
—¿Por qué? —pregunté sin mirar a Erre C.A.
El del grano |
—No —le miré y al verle sobró su explicación.
—Me ha zalido un gano en la nadís. ¿No lo vez?
—Sí, ahora que te miro, sí. Pero mejor harías en ir al dermatólogo. Pide hora.
—Pada ezo hay que zed titulá de una tadheta zanitadia.
—Eso es que no has cotizado o que no eres una persona.
—Ni falta que me hase. Ni lo uno ni lo oto. Ademáz laz danaz no vivimoz musho, o zea que cotisá cuadenta añoz me va zed difícil. Y total, pa un gano que me zale de ves en cuando. Aunque como me zalgan máz voy a padesé un zapo —dijo el rano mirándose al espejo.
—Y no sólo por la verruga —y me palpé la tripa.
Me hizo el mismo caso que le hago yo cuando se pone pesado con la comida.
—A lo mehó me entedo midando pod el inododo, como eztá todo esho una miedda, lo mizmo…
—Yo creo que la especialidad de ranología no existe en la Seguridad Social, pero busca en Internet.
—Ya lo he buzcado. Y lo máz sedcano ez la dadiolohía. Pedo yo no tengo la dadio eztopeada. Zalvo que quieda uzté que lleve a adeglá eze tanziztod a pedalez que tiene ahí hase un millón de añoz, zeñó Dióhenez.
—Yo no tengo el síndrome de Diógenes, tarao —me enfadé un poco.
—Poz no tidaz nada, colega. Y no te zientaz mal pod eztad enfedmo. Midate en mí.
—Y por qué no te quitas tú el alfiler de las narices y dejas de dar la murga —reventé—. Todo por llamar la atención. ¡Dichoso pavo!
—Vale, yo me quito el alfiled y tú te zacaz el cohín de debaho de la camizeta.
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