martes, 23 de septiembre de 2008

Humores

—Buenoz díaz —me deseó Erre C.A.
—Hoy no me he levantado con ganas de charleta —le advertí—. Así que…
—Yo zólo t’he dezeado que tengaz buenoz díaz.
—Ya, pero parece que estás esperando que aparezca para pegarla hebra.
—Hombe, zi quiedez hablo con la padé. Algunoz disen que ezcuchan…
—Pero son como tú.
—Z’ecsplique el zeñó.
—Joder, hay que explicartelo todo. Una cosa es oír y otra entender.
—Tenez dasón, yo cada ves t’entiendo peó.
—A ver, ¿qué no entiendes del mal humor?
—El motivo. ¿Haz dormido mal o qué?
—No. Que me he levantado con el pie izquierdo. Y déjame que no tengo ganas de hablar.
—Poz ezcusha.
—Eso me apetece menos, sobre todo a ti.
—Entonsez ponte la dadio
—¡Que te calles ya!
—Vale, colega, que tengaz una buena mañana, aunque lo veo difísil —me contestó, y en un aparte siguió con la retahíla —¿Y ezte tío ez de loz que pienzan que el humod no debe faltá? Sedá el malo, podque vamoz… Como pada contadle un shizte.
—No te escucho, Erre C.A.
—No hablo contigo, hablo con el tabique ézte, al menoz no eztá malhumodado y agadese el zol y la vida.
No aguanté más. Le tiré la grapadora. Erre C.A. la esquivó, y el útil de oficina golpeó la pared. Él ni se inmutó y continuó con la sorna.
—Poz lo que le desía zeñó tabique, hay quien no ze aguanta ni él mizmo —le oí murumurar, pero no le hice caso hasta que me llamó—. Mendugo.
—¿Qué coño quieres ahora, no has tenido bastante con la grapadora?
—¿Dónde eztán laz tiditaz?
—En mi baño. Las tiritas están en mi baño…
—Gasiaz, zimpático.
Erre C.A. salió del despacho y, al rato, volvió sin hacer ruido pero rezando.—Ve, zeñó tabique, ya eztá adeglado el dezconshón. Y como le iba disiendo… Pedo no llode, zi ez un dazguño de ná. Cuda zana, zi no ze cuda hoy…
—Esta vez le tiré el cenicero que, por suerte para él, también evitó.
—Menoz mal que m’he taído doz tiditaz.
Cuando me fui yo del cuarto, dando un portazo, para no cometer un ranicidio, vi las dos tiritas que Erre C.A. había pegado sobre sendos desconchones que mi mal humor había causado en la pared. No pude por menos que sonreír y el día tomó otro cariz. Después del portazo, volví enseguida. Erre C.A. me miró extrañado y me preguntó.
—¿Puedo uzá tu lodo?
—Sí, puedes usar mi loro. Como ves estoy rodeado de animales, algunos útiles.
Erre C.A. no respondió al insulto, pero se puso a manipular la cadena musical. Al poco, Serrat me recordaba que cualquier día puede ser un gran día, imposible de recuperar si se malgasta.
—Gracias, Erre C.A. —tampoco me contestó: uno siempre sabe cuándo hace las cosas bien y cuándo las hace mal—. No me dices nada —le apremié.
—Eztoy ezpedando tuz dizculpaz.
—Pues siéntate cómodo. Si tengo que agradecer que seas un pesado, vas dado.
—Al menoz podíaz pedí peddón a la padé, ¿no?
—¿Tú cuando juegas al fútbol le pides perdón al balón por darle patadas?
—Yo no huego al fútbol, no me dan laz piednaz, pedo huego a viví, y a la vida no hay que pedidle peddón, zino otaz cozaz y todaz buenaz.
Ese día, Erre C.A. tuvo tres postres de los que repitió.

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