miércoles, 17 de septiembre de 2008

Dios

—¿Los ranos creéis en Dios?
—No. Zólo en la Vidhen.
—No te entiendo.
—Ni yo a ti.
—Joder, pues la pregunta es bien sencilla —me quejé.
—Zí. Pedo la que no ez zensilla ez la dezpuezta.
—No lo veo yo así. Con un sí o con un no, se despacha y punto.
—Ezo lo queez tú que edez un zimple.
—Vale. Siento haber molestado al señorito. Otra vez te haré preguntas que tengan respuestas más sencillas.
—Oye, colega, zi lo que petendez ez acladadte tú, date un baño de agua ocsihenada y dehá a loz demáz tanquiloz —me echó en cara Erre C.A.
—Serás descarado.—Haz empesado tú. Yo eztaba aquí tan tanquilo, contando gadbansoz y meditando zobe el odihen de la vida, y llegaz tú y te ponez a faztidiadme. Yo no quedo dizcutí.
—Pues de eso quería yo hablar, precisamente, del origen de la vida.
—D’ezo nada, monada.
—¿Cómo que de eso nada? Sabré yo de lo que quería hablar...
—Tú quedíaz hablá de lo contadio, de la muedte.
—No. En todo caso, de si hay vida después de la muerte. Que no es lo mismo.
—¿Y pada ezo mentaz a Dioz? — me quedé sorprendido y sin palabras, pero él no— Yo no nesecito a Dioz. Cuando lo nesecite, ya vedé.

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