martes, 2 de septiembre de 2008

Hartos

—¿Por qué no subes por la escalera como todo el mundo?
—Ez que ezta caza tene ezcaleda?
—Vale, déjalo.
—Ya, ya, déhalo. Pedo ezta ves te haz zalvado podque zoy un muñeco…
—Entonces, por el mismo motivo que tú, así que estamos en paz.
—¿En paz? Zi la patada en el culo y la hoztia conta el zuelo me laz he llevado yo…
—Y la paliza diaria me la das tú a mí.
—¿M’eztáz llamando palisaz?
—Te estoy llamando palizas. ¿Qué pasa?
—Pazá, pazá, no paza nada. Zólo que edez un abuzón.
—Hombre, boca tengo, pero no como cartas.
—Y te queedaz gasiozo, ¿no? Pues me duele el culo.
—Otro día te pateo en la tripa y así resuelvo dos problemas de un tirón.
—A ti no hay quien te aguante, Mendugo.
—Pues llevo conviviendo en pareja treinta años. Me dirás.
—Te didé, te didé. Te didé que azí eztá ella.
—¿Y cómo está, si se puede saber?
—Hadtita.
—Mira tú por donde, estamos los dos igual pero por diferente motivo. Ahora, ¿sabes lo que dice?
—No, no zé lo que dise.
—Pues que te hago más caso a ti que a ella, así que… Yo que tú, andaría con cuidado.
—¡No me hodaz...! Pada un aliado que tenía yo en ezta caza…

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