lunes, 21 de julio de 2008

Una noche después

No caí en la cuenta hasta que no llegué a casa. En la panadería oí contar a una parroquiana que la policía no había parado en toda la noche.
—No han parado, te lo digo, Carmen. Cinco o seis coches patrullas lo menos. Y no andaban tranquilos, quiá. El calor es lo que tiene ­siguió a modo de disculpa­—, que no deja dormir. Hablaban de un animalucho verde, más pequeño que un gato y más grande que una rata. Un poco cabezón y con los ojos saltones que le brillaban en la oscuridad. Pero creo que se les escabulló.
La dependiente, una rubia teñida y con muchos arrestos, contestó que gracias a eso no habían encontrado mucho estropicio en el obrador. Que al animal no le debió dar tiempo a mucho destrozo gracias a la intervención de los agentes.
—Fue lo último que oí antes de salir de la panadería. Pero cuando llegué a casa, acaso porque había comprado tres barras menos, se me cruzaron por la cabeza las palabras de aquella manola: “Verde, más pequeño que un gato y más grande que una rata, y un poco cabezón con los ojos saltones…”.
—¡Erre C.A! —exclamé al entrar en casa­—. Claro, Erre C.A.
Erre C.A. había intentado cenar en la panadería de mi calle. Aunque cada vez, los animales salvajes se atreven más en el hábitat humano, en el pueblo donde vivo lo más peligroso que se ve por la noche son dos gatos y medio. Tenía que ser Erre C.A. Aquel monstruito era el rano que yo había echado de casa. Me sonreí y me puse con la comida.
—Será jodío…

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