lunes, 28 de julio de 2008

Donde comen dos…

No te quehadás, ¿no?
—¿De qué no debo tener queja?
—De mi compodtamiento.
—Si no haces nada.
—A ezo me defiedo. No te doy ni pisca de gueda.
—Mira, Erre C.A., no es que llevemos toda la vida juntos…
—No —me interrumpió.
—Déjame seguir. Pero sí el tiempo suficiente como para conocernos un poquito.
—¿Qué quedez desí?
—Quiero decir que cuando uno ha pasado necesidades y tiene todavía el judío metido en el cuerpo…
—¿El hudío? ¿Qué hudío? Yo lo unico que teno dento zon colladez y guata.
—El miedo —le aclaré—. Pues cuando se juntan esos sentimientos y se ensalzan con la soledad… Que eso, que uno se queda como tú.
—¿Y cómo m’he quedao yo?
—Agazapado y más suave que un guante.
—Mida, Mendugo, en lo de agasapado no zé, pero en lo suave haz asedtado de lleno. Un pelushe ez muy difísil qu’ezté azpedo, ¿no queez, colega?
—Tú lo de arrimar el ascua a tu sardina lo llevas a rajatabla, eh.
—¿Ez que hay zaddinaz pada comé?
—Al horno.
—¡Qué dicaz!
—Pero esa es la buena noticia.
—O zea, que hay una mala.
—Para tu desgracia sí.
—¿Y cuál ez, zi puede zabedze?
—Que para ti no había comprado, como andabas reventando panaderías y buscándote la vida...
Erre C.A. hizo un gesto de incertidumbre y contrariedad, pero sin perder la media sonrisa; mueca que duró poco, porque al punto se rehizo y salió con una de las suyas.
—Bueno. No te peocupez, Mendugo, eshademoz mano de mi güela. La eczpediensia ez la made de la siensia.
—¿Y qué tiene que ver tu abuela y su experiencia con la comida de hoy? —pregunté sorprendido ante su buen y raro conformar en temas de comer.
—Poz qu'ella desía que aonde comen doz, tamén comen tez.
—Ya estamos con los refranes de la abuela.
—Pedo eze tambén te lo he oído a ti.

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