miércoles, 2 de julio de 2008

Recuerdos

Después de lo de ayer, conseguí que erre C.A. me contara algo. Me costó un bocadillo de Nocilla, pero lo conseguí.
—En el badio donde me quié laz cazaz edan de bado —en este punto ya había dado cuenta del bocata—. La de miz padez eztaba un poco alehada del sento podque algunos vecinos no veían con bueboz ohoz la delasión ente una camella y un león de pelushe. Mi pade, Giuzeppe, cuando sentía la tistesa en mi made, le pazaba la mano pod la hodoba y desía que aquello noz taedía zuedte. Yo no entendía el motivo por el cual viviamoz allí, podque dinedo no notaba yo que faltada. Máz tadde zupe que aquél era nuezto ezcondite. Y azí que un día mi made popuzo a mi pade que menviadan a un colehio intedno. El adgumento que uzó pada salvad laz detisensias de mi pade fue mu zensillo. ¿Sabez?, mi made fue mu inteligente.
—¿Cuál fue el argumento?
—Que eztando lehos delloz nadie podía pensá que de un león muñeco y de una camella zalieda un dano.
—Razón tenía tu madre —dije, y oculté media sonrisa—. Tienes poco de camello.
—T’entendió, eh. Cuidadito conmigo que mi pade eda un dey de la zelva.
Intenté ponerme serio y lo conseguí.
—Tranqui, tranqui. No me asustes. ¿Y qué pasó en el internado?
—Dedé poco allí. Y pazó quezquibiedon a miz padez dándolez a elegid ente pagad el tiple pòd mi manutensión o id a pod mí inmediatamente.
—Pues podías habérmelo contado antes. Por ejemplo el día que decidiste sentar tus reales en mi casa.
—Zí, hombe. Como que entonsez me hubiedaz dehado quedadme.
—Que yo sepa, jamás te he pedido que te quedes.
—Ni yo te lo he dogado nunca.
—En eso tienes razón.
—Vez, ez mehod ziempe decid laz cozaz cladaz.
—Pues ves tú, eso no veo yo que lo lleves a cabo. No, no lo entiendo.
—Clado, ez que tú tampoco tienez nada de camello.

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