jueves, 31 de julio de 2008

Crítica

—¿A ti, cuándo ze te ocuden eztaz tontedíaz quezquibez?
—Para empezar, yo pienso que no son tonterías. Y para acabar, se me ocurren en cualquier lugar.
—¿Tambén cuando me ponez fente a ti en tu ezquitodio y me midaz a loz ohoz fihamente?
—Todo lo contrario. Eso es justo lo que hago cuando no se me ocurre nada.
—Poz lo hasez mushaz vesez.
—¿Y a ti que te importa las veces que lo hago o dejo de hacerlo?
—Zí que m’impodta, podque hay momentoz en loz que no m’apetese que me miden con cada de bezugo, como zi m’intedogadan o m’eczihiedan una zolusión a algo que ni ze me ha peguntado. Y podque zi ez de tontoz hablá con un muñeco, peod ez ezpedá que te contezte.
—Me contarás entonces de qué va todo esto.
—Mida, hoy no va a podé sé, podque no m’apetese dale a la lengua.
—Si te pasara de vez en cuando eso con los dientes, nos llevaríamos mejor.
—Poz tenía yo algo en la cabesa defedido a loz dientez.
—Pájaros.
—No, pesizamente.

miércoles, 30 de julio de 2008

El boca a boca

—Ayer me pasé…
Erre C.A. me miró y levantó los hombros (o eso me pareció), pero no dijo una palabra. Ante su silencio me vi obligado a pedirle perdón por el malentendido.
—¿Malentendido? Yo a ezo le llamo un conato d’azezinato. Y no me tidez de la lengua que m'ahogo.
—Tampoco te pases…
—¿Qué no me paze? Zi m’he tenido que hased el boca a boca tes vesez. No zé como zoy capá de seguí dezpidando… Mida, zi no puedo ni habá.
—El boca a boca no se lo puede hacer uno mismo, no seas listo.
—Vaya que no.
—Pues no.
—Poz yo me lo he hesho en el ezpeho del baño. Aunque la veddá, cada ves m’ahogaba máz. Ay, que doló ziento en el pesho...
—¿Pero no has pensado que con la boca pegada al cristal no podías respirar?
—¿Y tú, Adiztótelez d'Ossidente, penzazte que con la cabesa metida en la siztedna llena de agua tampoco…? Que uno tene su codasonsito, hombe…
—Prometo resarcirte, Erre C.A.
—Poz y’aztáz hasiendo algo dico de comida y en abundansia, eh.
—A lo mejor no te conviene llenar el estómago…
—Zabáz tú lo que me conviene. ¡Hala, a la cosina! Azí dehas codé el aide aquí. Y no m'hagaz habá máz, que no puedo levantá la vos.
Ya en la cocina le grité:
—¡TE VOY A HACER UN SUFLÉ!
Y pronto supe que no le pasaba nada, porque su pregunta, también postulada a gritos, me dejó tranquilo.
—¿PADA MÍ ZOLITO?
—¡ZÍ, Y DE SEIS HUEVOS Y MEDIO KILO DE GRUYERE!
Cuando asomé la gaita por el quicio de la puerta del despacho, porque me pareció oír ruido, vi a Erre C.A. en pleno paroxismo y en medio de una danza parecida a la de los masais, pero a su altura.

martes, 29 de julio de 2008

La crisis

—Oye, Mendugo, ¿a ti te afesta la quiziz?
—¡Toma! Como a todo el mundo.
—A mí no.
—¿Cómo que no?
—Como que no.
—¿Es que eres especial?
—Que te digo yo que no.
—Pues, ven. Yo me encargo de que te afecte. Donde sufren dos, sufren tres —le advertí con retintín.
—Ezo no vale.
—O sea, para comer sí vale, pero para penar no. Pues no me parece justo.
—¿Y qué lo ez en ezta vida? Ademáz, yo conta la quiziz uzo el humod. Mida como me dío.
No le dejé que me lo demostrara. Le cogí por el cuello y me fui con él al cuarto de baño. Durante el corto trayecto, y mientras quitaba la tapa de la cisterna del inodoro, Erre C.A. fue tomando un tono azul. Solté la presa, le agarré de sus cortas patas.
—Parece mentira que seas una rana —y le sumergí la cabeza en el agua de la cisterna. Cuando le saqué, se lo expliqué.
—Ríete ahora, cachondo mental.
—¡No puedo ni despidá, me voy a deí, tío! Me ahogaba —dijo como pudo el pobre.
—Pues así está la gente con la crisis, coño: medio ahogada. Anda, tómátelo a risa.
Con más aire en los pulmones, Erre C.A. se defendió.
—Yo no me lo tomo a shunga, yo he disho que me lo tomo con humod, coñe. Y ya no te pienzo habá máz. Vaya tío máz violento. Como dezuelvaz azí todaz tuz dizquepansiaz, lo llevamoz clado, ¡holinez!
No le pedí disculpas, sino que le di una toalla para que se secara. Ese día Erre C.A. no me dirigió la palabra. Se lo pasó suspirando en un rincón.

lunes, 28 de julio de 2008

Donde comen dos…

No te quehadás, ¿no?
—¿De qué no debo tener queja?
—De mi compodtamiento.
—Si no haces nada.
—A ezo me defiedo. No te doy ni pisca de gueda.
—Mira, Erre C.A., no es que llevemos toda la vida juntos…
—No —me interrumpió.
—Déjame seguir. Pero sí el tiempo suficiente como para conocernos un poquito.
—¿Qué quedez desí?
—Quiero decir que cuando uno ha pasado necesidades y tiene todavía el judío metido en el cuerpo…
—¿El hudío? ¿Qué hudío? Yo lo unico que teno dento zon colladez y guata.
—El miedo —le aclaré—. Pues cuando se juntan esos sentimientos y se ensalzan con la soledad… Que eso, que uno se queda como tú.
—¿Y cómo m’he quedao yo?
—Agazapado y más suave que un guante.
—Mida, Mendugo, en lo de agasapado no zé, pero en lo suave haz asedtado de lleno. Un pelushe ez muy difísil qu’ezté azpedo, ¿no queez, colega?
—Tú lo de arrimar el ascua a tu sardina lo llevas a rajatabla, eh.
—¿Ez que hay zaddinaz pada comé?
—Al horno.
—¡Qué dicaz!
—Pero esa es la buena noticia.
—O zea, que hay una mala.
—Para tu desgracia sí.
—¿Y cuál ez, zi puede zabedze?
—Que para ti no había comprado, como andabas reventando panaderías y buscándote la vida...
Erre C.A. hizo un gesto de incertidumbre y contrariedad, pero sin perder la media sonrisa; mueca que duró poco, porque al punto se rehizo y salió con una de las suyas.
—Bueno. No te peocupez, Mendugo, eshademoz mano de mi güela. La eczpediensia ez la made de la siensia.
—¿Y qué tiene que ver tu abuela y su experiencia con la comida de hoy? —pregunté sorprendido ante su buen y raro conformar en temas de comer.
—Poz qu'ella desía que aonde comen doz, tamén comen tez.
—Ya estamos con los refranes de la abuela.
—Pedo eze tambén te lo he oído a ti.

domingo, 27 de julio de 2008

Por el interés te quiero Andrés

—He eztado hablando con tu shica.
—¿Y te ha dejado? —pregunté irónico.
—Zabe ezcushé mehod que tú.
—Vamos, que te ha dicho que sí a lo que le has pedido.
—No. Bueno, zí.
—Sois tal para cual.
—¿Pod qué?
—Porque hacéis frente común contra mí.
—¿Ezo queez?
—No sé si es cierto, pero lo pienso.
—Poz eztaz muy equivocado, podque mi agüela me dio pocoz concehoz, pedo uno fue que no me metieda en mitá de una padeha.
—Será en medio, ¿no?
—Vale, Letaz. En medio de ninguna padeha.
—Te he dicho mil veces que no me llames Letras. Sólo se lo permito a ella y cuando estoy de buen humor.
—Entonsez nunca.
—Vete a la mierda. ¿Y a qué te ha dicho que sí?
—A uzad zuz colladez ziempe que no loz shupe.
—¿Y qué haces con ese en la boca? —Ezte ez mío.
—Pues a mí me suena mucho.
—Podque me lo ha degalado. Dise que le le zalen ganitoz, y queo que ze lo degalazte tú.
—Me extraña. Yo jamás le he regalado un collar.
—Poz ya va ziendo hoda.
—Sí, para que lo uses tú. Además, me da la impresión que haces poco caso a los consejos de tu abuela.
—Agadao, que edez un agadao.

jueves, 24 de julio de 2008

El “pasto”

Después de firmar el contrato (en el que Erre C.A. cedía su imagen a cambio de cama y comida), y después de mirarme unos instantes fijamente a los ojos, el rano agarró el documento con sus regordetas manos y lo hizo cuatro pedazos. —Ezto no ez popio de caballedoz, Mendugo. La palaba ez la palaba, ezté ezquita o no.
Y yo, con cara de “ya te lo decía yo”, no dejé pasar la nueva oportunidad de meterle un par de pullas más.
—Si los dos fuésemos caballeros… Y tu “palaba” yo diría que no es muy fiable, al menos en cuanto a su pronunciación.
—¡Qué tendán que ved miz colladez! Pedo zedá mejod dehadlo. No zé podque, teno la zenzasión de que ziempe vaz un pazo pod delante.
—De ahí que de vez en cuando, aunque parezca lo contrario, me tengo que desclavar un puñal de la espalda.
—Eczahedao…

miércoles, 23 de julio de 2008

El regreso

A los tres días, cuando Erre C.A. llamó a la puerta (cosa que me extrañó porque siempre había entrado en casa por los sitios más insospechados) lo vi demacrado y cansado. Sin dejarle entrar, le pregunté qué le traía por mi casa tan pronto.
—¿Vienes a recoger algo?
—No.
—Es verdad, se me había olvidado: todo lo llevas dentro.
—No te cashondeez, Mendugo. He conzultado a mi… a mi asesor —me sonreí— y m’ha disido que el tato contigo no eztaba mal del todo.
—¿Qué tato? ¿Qué es un tato?
Erre C.A., a pesar de haberme advertido ya sobre mi sorna, aguantó el tirón.
—Un pasto, un acueddo.
—Ya. Me creo más lo del pasto ­—dije con retintín—, que lo del acuerdo. ¿Pero cuál?
—El que tú y yo teníamoz.
—Que era.. —le invité a seguir.
—Poz que yo pozaba, zalía en tu güeb y tú m’ahuantabaz.
—A ver. Pasa, anda, pasa.
—¿Me puedo id a mi rincón?
—Puedes ir a tu ex rincón —maticé.
—Gasias.
—De nada. ¿Tienes hambre?
—Una poca.
—¿De tres o de cuatro platos?
—Con tes me confodmo, pedo zi zon cuato mehod.
—No me apetece cocinar, ni hay sobras. ¿Te apañas con fruta?
—Zi no te impodta quedadte zin melón y zin zandía...
—No. Ambos han salido un poco insulsos —seguí dándole caña.
—Poz tae, que yo lez doy madsha.
—Vamos a la conina… ¿Por qué has llamado a la puerta? Es la primera vez que vienes a mi casa y llamas.
—Podque m’eshazte.
—No. Te invité a rescindir el contrato que tú creías abusivo y esclavista. Si no recuerdo mal, el tema lo planteaste tú después de ir a un abogado. Me heriste con tu desconfianza y con la alusión a Kunta Kinte…
—Hombe, infodmadze no ez un delito, y aquella sedie la puzieron ota ves en Maduecoz cuando yo eda pequeño.
—Informarse a escondidas y con intenciones ocultas no me parece honrado. Mejor hubiera sido que me lo hubieras planteado de cara, abiertamente y sin tapujos. Me da la impresión de que te has arrepentido por motivos estomacales, a juzgar por los trozos de melón que te metes en la boca.
Entre raja y raja de sandía Erre C.A. contestó.
—Mendugo, el hambe ez mu mala. Y el fío. Y la zoledá. Cazi acabo en un vedtededo o ente dehaz. Pedo zi me daz tiempo, zegudo que m’ademiento pod otoz motivoz máz sedcanoz a loz que tú apelaz.
—Anda, come tranquilo y todo lo que quieras. Mientras, yo redacto un contrato. Y luego, y si le gusta al señorito, lo firmamos.
—De momento, hagamoz lo pimedo. Lo oto ya vedemoz. Y zi quiedez te doy pedmizo pada que hoy cuelguez una foto mía. Pedo de laz que tengaz adshivadaz. No teno yo un luk opodtuno.

martes, 22 de julio de 2008

Los culebrones del verano

Esta fue la primera plana del periódico local de mi pueblo el segundo día con Erre C.A. ausente. Lo vi mientras esperaba mi turno en el Centro de Salud. La gente del pueblo no hablaba de otra cosa. Sólo de aquel extraño ser verde y de ojos saltones que estaba “animando” las tranquilas y calurosas noches de nuestra localidad. Había quien le daba un origen extraterrestre (como el propio Old Yor Timos) y quien, más escéptico, achacaba (a pesar de la fotografía) a las viudas “faltas de riego” una imaginación calenturienta.
—Ya se sabe que el fotosó hace milagros, señora. A esas viudas las daba yo mi “extraterrestre” —se atrevió a decir un energúmeno barbado.
Y aquella vecina, a quien se dirigieran esas palabras que ya había aprendido a no callarse, le espetó:
—Dar, dar. Ese extraterrestre suyo, lo único que puede dar es risa.
El presunto gallo contestó, pero yo no le oí porque en ese momento llegó mi turno, y entré en la consulta con un pensamiento del tipo: “Si vosotros supierais…”.

lunes, 21 de julio de 2008

Una noche después

No caí en la cuenta hasta que no llegué a casa. En la panadería oí contar a una parroquiana que la policía no había parado en toda la noche.
—No han parado, te lo digo, Carmen. Cinco o seis coches patrullas lo menos. Y no andaban tranquilos, quiá. El calor es lo que tiene ­siguió a modo de disculpa­—, que no deja dormir. Hablaban de un animalucho verde, más pequeño que un gato y más grande que una rata. Un poco cabezón y con los ojos saltones que le brillaban en la oscuridad. Pero creo que se les escabulló.
La dependiente, una rubia teñida y con muchos arrestos, contestó que gracias a eso no habían encontrado mucho estropicio en el obrador. Que al animal no le debió dar tiempo a mucho destrozo gracias a la intervención de los agentes.
—Fue lo último que oí antes de salir de la panadería. Pero cuando llegué a casa, acaso porque había comprado tres barras menos, se me cruzaron por la cabeza las palabras de aquella manola: “Verde, más pequeño que un gato y más grande que una rata, y un poco cabezón con los ojos saltones…”.
—¡Erre C.A! —exclamé al entrar en casa­—. Claro, Erre C.A.
Erre C.A. había intentado cenar en la panadería de mi calle. Aunque cada vez, los animales salvajes se atreven más en el hábitat humano, en el pueblo donde vivo lo más peligroso que se ve por la noche son dos gatos y medio. Tenía que ser Erre C.A. Aquel monstruito era el rano que yo había echado de casa. Me sonreí y me puse con la comida.
—Será jodío…

domingo, 20 de julio de 2008

Los derechos

Vengo de ved a un abogao.
—¿Tienes problemas legales?
—Zí. Pedo ahoda teno que id a ved a oto.
—¿Por qué?
—Pada que me aclade el problema que m’ha ecspuezto ézte.
—Y es…
—Que yo teno dedesho a m’imahen, pedo ni zoy una pedzona fízica ni hudídica. Lo de hudídica lo entiendo, pedo lo de fízica… Como zi yo n’ocupada ezpasio en el ezpasio…
—Pues, prepárate Erre C.A. Te van a sacar los cuartos.
—Como no zean loz cuadtoz tazedoz…
—De todas formas, ¿qué dudas tienes?
—Zi teno dedesho a detibusión pòd zalí tanto en una güé.
—Acabáramos… Eso te da derecho a cama y manutención. Sino, ¿de qué te iba a aguantar?
—¿Qué paza, qu’hemoz volvido a loz tiempoz de Kunta Kinte?
—Mira, rano, si hiciéramos cuentas, saldrías perdiendo.
—Eztoy hadto y voy a pedí mi patia poteztá.
—No hace falta que la pidas, yo te la regalo. ¡Hala! A buscarse la vida. Y a partir de hoy, para que veas que te respeto no sale tu imagen en Minismisterios.
—Pedo…
—Pedo nada. ¡A hacer puñetas!

sábado, 19 de julio de 2008

Y el séptimo descansó

—... y dio por concluida Dios el séptimo día la la labor que había hecho y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera -dejé de leer la Biblia y pregunté a Erre C. A.- ¿Ves? Tardó siete días, enterao.
—Poz zabez que te digo, que eze Yavé tabaha menoz que loz Deyez Magoz. Y zi te daz cuenta, del zábado no dise nada.
—Sí. La verdad es que se puede interpretar así —y me quedé pensando que por algo no me apunto a ningún club.

Nota:-Como es domingo, el fotógrafo también ha descansado.

viernes, 18 de julio de 2008

Palabras con vocación impropia (41ª)

Cuadragésimo primera entrega.

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mamacallos. (De mamar y callo). m. coloq. Hombre tonto y pusilánime.
MAMAcallos. m. Persona que es capaz de chuparse los dedos de los pies para reblandecerse las durezas.
ej.: Un contorsionista.
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mangajarro. m. coloq. p. us. Manga desaseada y que cae encima de las manos.
MANGAjarro. adj. Dibujo animado japonés, siempre que contenga una jarra.
ej.: Nankurunaisa bebiéndose una birra.
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manganear. m. Sera pequeña que sirve para poner y llevar pasas, higos u otras cosas menudas. […].
MANGAnear. m. En Japón acto de dibujar comics.
Ej.: Lo que hace Akira Toriyama.
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mangón. (Del lat. mango, -ōnis, traficante). revendedor. (¡Qué razón tiene la RAE!)
mangón. f. Manga muy grande y ancha o ladrón con mucho vicio.
ej.: Cualquier protagonista de la película MALAYA.
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manicura. (De mano y cura). f. Operación que consiste en el cuidado, pintura y embellecimiento de las uñas. [...].
MANyCURA. m. anglicismo. Hombre médico con buenos resultados entre sus pacientes en los países angloparlantes.
ej.: El doctor Ganon (¿Alguien se acuerda?).
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pacato, ta. (Del lat. serum, suero). adj. Perteneciente o relativo al suero o a la serosidad. […].
PACÁto. m. Lema de algunos Ministerios de Hacienda.
ej.: Tanto monta, monta tanto, pacá to, que to pacá.
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primilla. (De prima, primera). f. Perdón de la primera culpa o falta que se comete.
primilla. m. Prima pequeña.
ej.: La hija pequeña del primo de Rajoy.
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putativo. (Del lat. putatīvus). adj. Reputado o tenido por padre, hermano, etc., no siéndolo.
putativo. m. Relativo a las putas.
ej.: La explotación a que son sometidas es un acto putativo.
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puyudo. (Del lat. serrāgo, -ĭnis). m. adj. coloq. El Salv. y Ven. Dicho de una cosa: Que tiene puya ( punta). […].
puyudo. adj. Humbre bien dutado.
ej.: Elígelo tú, hay muchos con fama de serlo.
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quelitera. adj. (Del lat. Servi). Se dice de quien profesa la orden tercera fundada en Italia por San Felipe Benicio en el siglo XIII. U. t. c. s.
QUÉlitera. adj. latinismo. Pregunta típica de quintos al llegar al cuartel o campamento de instrucción.
ej.: ¿Quélitera quieres, la de arriba o la de abajo?
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SOBRE(el)VIVIR

A Susana
Para Vivir hay que morir en el intento.

jueves, 17 de julio de 2008

Fecha de caducidad

—¿Y cuándo disez que te dizte cuenta de qu'eztabaz caducado?
—Yo de eso no he dicho nada —contesté sin siquiera volverme—. Y en todo caso sería caduco. Yo no me he visto la fecha de caducidad en ninguna parte del cuerpo.
—Tú m’entiemdez, Mendugo.
—¿Y de dónde has sacaddo que yo estoy caduco?
—Tú mizmo lo dihizte antiyed. El pes ziempe muede pod la boca.
—Y las ranas de inanición.
—No zedé yo. Pedo en zedio: ¿de dónde te viene eza zenzasión? Es pada eztá pepadado.
—Así de pronto… Sí. Por ejemplo cuando veo los anuncios en la tele. Es como si me agredieran, y muchos ni los entiendo.
—¿Y ezo qué tene que ved?
—Pues que ya no le intereso ni a las multinacionales.
—Ah, clado. Poz a mí me guztan todoz.
—Pero si tu no ves televisión.
—Zedía máz modesto desí que tú no me vez vedla.
—Vale. De acuerdo.
—Vez. Yo te lo noto en eztaz cozaz.
—¿Qué me notas?
—Qu'eztaz pazao.
—Y tú crudo. ¿Qué tal media horita de horno?
Como Erre C.A. no contestaba a mi broma, me volví. O había estado hablando con la pared o el rano me había tomado en serio, porque su rincón estaba vacío. Sonreí y seguí con lo mío.

miércoles, 16 de julio de 2008

Los modales

—¿Cómo puedes comerte esos macarrones fríos y con las manos?
—De uno en uno.
—¿No te enseñaron modales?
—Yo no pizé el colehio, tío.
—Eso no se aprende allí.
—Ya, pedo miz padez edan unoz animalez.
—Ya lo pillo.
—Animalez en el mehod zentido de la palaba. Y, ademáz, he conosido loz macadonez en tu caza.
—¿Y me los has visto comer con los dedos?
—No. Pedo debedías decoddá que yo no teno dedo pénsil Erre C.A., cerca de mis ojos, hizo los cinco lobitos con su mano libre de macarrones, y así demostrarme que no tenía pulgar que oponer a sus otros dedos. —Me quieres convencer de que la falta de dedo prensil en las ranas es el motivo de tus guarrerías.
—Comed no ez ninguna guadedía.
—Depende como lo hagas. Si lo haces como los cerdos…
—Ez lo zuyo.
—¿El qué es lo suyo?
—Que loz seddoz hagan guadedías. Lo contadio sedía antinatudal. ¿No quees?
—Me estás ensuciando y liando.
—No. T’eztáz liando tu zolito, como ziempe. Y que zepaz que yo en Maduecoz comía con loz dedoz. Entédate. Y habá que vedte a ti uzá loz palilloz chinoz.
—Por lo menos, cuando acabes, lávate las manos —le dejé por imposible.
—¿Pada qué? Laz zedvilletad eztán pada algo, ¿no?

martes, 15 de julio de 2008

La bota

—¿Cuándo vaz a dehad de fumá? —me dijo Erre C.A. ofreciéndome uno de mis puritos.
—Cuando me muera —contesté por contestar, porque estaba a lo mío.
—Ezo zegudo —e insistió en entablar conversación—. ¿No te lo plantead? Ahoda todo el mundo lo intenta.
—Ya me lo planteé durante mucho tiempo.
—Y ganadon laz fuedsaz del mal, ¿no?
—Efectivamente. Y porque soy tan anticuado que confundo rebelión con libertad.
—No te pillo, Mendugo.
—No puedes porque tú no has tenido la bota de nadie en el cuello. A lo sumo un colgante con forma de zapato.
—¿Y tú zí?
—A veces todavía la siento.
—Clado. Y no te llegaba la zangue al sedebo. Pod ezo eztáz azí.
—Sí. Pero al menos lo mío no es de nacimiento —le dije con retintín al rano.
—¿Quinzinuaz, tío?
Lo que quieras entender.
—Entonsez no t’entiendo.
—Mejor así. Y dame fuego, anda.

lunes, 14 de julio de 2008

Mi herencia

—Oye, Mendugo.
—¿Qué?
—¿Sabez? H’eztado penzando en lo que me dihizte ayed.
—¿En qué...? Si puede saberse.
—En ezo de la hedensia.
—Ya. ¿Y…?
—Que zi tú cuando te muedaz me vaz a dehad algo.
Tardé un momento en responder.
—Vaya preguntita… No lo he pensado.
—Poz no lo pienzez. No quiedo nada.
—Ni los collares de mi…
—Con tu shica y’habladé yo. Podque, que yo zepa, loz colladez de loz que hablaz zon zuyoz, ¿no? Loz machoz de tu ezpesie tenen musho que apended, ¿eh?
—También tienes razón.
—Mida, te puedez imahinad pada qué ez ezta bolza. Pedo, ezo, que no nesezito nada. que puedez dizponed de todo como tú dezeez.
—Faltaría más, ¡no te jode! Encima que el que se muere soy yo, tú me das permiso para hacer con mis cosas lo que yo quiera.
—Tene que tened en cuenta que zoy máz hovensito que tú.
¿Y eso qué tiene que ver?
—Hombe, ez lo natudal. Yo lo desía pod zi teníaz alguna intensión…
—Si supieras las intenciones que me dan…

domingo, 13 de julio de 2008

Los “heredados”

—Erre C.A. —le llamé.
—¿Qué?
—¿Me ayudas con los libros?
—Zí.
Y se puso a ojearlos.
—En cazi todos pone un nombe que no ez el tuyo.
—Porque yo no me llamo Mendrugo, que es como tú me llamas.
—Ni Quiztina Madtínez tampoco.
—Erre C.A., ¿tú no has heredado nada?
—No. En mi familia cuando alguien paza a mehod vida ze llama a loz vesinoz y el que nesezita algo…
—No. Espera, me he expresado mal. Me refiero a que si has estrenado todo lo que usas o has usado.
—No.
—Entonces sabes de lo que te hablo.
—No.
—Sí, hombre. Cuando yo era un crío, por ser el benjamín de la casa, siempre usaba las cosas de mis hermanos.
—Poz yo no. Pimedo podque yo no teno hedmanoz. Y zegundo podque todo lo que teno lo llevo dento.
—Lo dices por los collares…
—No. Lo digo pod todo. Ademáz, no nesezito máz.
—Dichoso tú.

sábado, 12 de julio de 2008

Palabras con vocación impropia (40ª)

Cuadragésima entrega. Segunda del prefijo ser-.

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serano. (Del lat. *serānum, de serum, la tarde). m. Sal. Tertulia nocturna que se tiene en los pueblos.
SERano. adj. Tenerse por una mierda o serlo para las tertulias.
ej.: Un tal Apeles.
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sereno, na. (Del lat. serēnus). adj. claro (‖ despejado de nubes o nieblas). […].
SEReno. adj. Rubio.
ej.: Cualquier sueco.
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serijo. m. Sera pequeña que sirve para poner y llevar pasas, higos u otras cosas menudas. […].
SERijo. m. Sentimiento que aflora, generalmente tarde y no siempre, en las personas respecto a sus padres.
ej.: Yo mismo.

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sermón. (Del lat. sermo, -ōnis). m. Discurso cristiano u oración evangélica que predica el sacerdote ante los fieles para la enseñanza de la buena doctrina. […].
SERmon. (De ser, y del francés mon, mío). m. Galicismo por SERmío. Propio de los egoístas.
ej.: Usado frecuentemente pos los niños de hijos franceses criados en España.
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serón. m. Sera más larga que ancha, que sirve regularmente para carga de una caballería. […].
SERón. adj. anglicismo. Estar enchufado.
ej.: El hijo de Lorenzo Sanz cuando éste era presidente del Real Madrid.
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seroso, sa. (Del lat. serum, suero). adj. Perteneciente o relativo al suero o a la serosidad. […].
SERoso, sa. adj. Tener más de plantígrado que de homínido.
ej.: Miguel Ángel Rodríguez, más conocido como El Sevilla.
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serpollo. (Del lat. sarpĕre, podar). m. Cada una de las ramas nuevas que brotan al pie de un árbol o en la parte por donde se le ha podado. […].
SERpollo. adj. Poseer más cualidades gallináceas que de locutor.
ej.: Lozanitos, que está todo el día piando y dando picotazos.
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serrano, na. adj. Que habita en una sierra o ha nacido en ella. U. t. c. s. […].
SERrano. adj. Tender más al aspecto de batracio que al de un humano.
ej.: Erre C.A. o Quique San Francisco.
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serrín. (Del lat. serrāgo, -ĭnis). m. Conjunto de partículas que se desprenden de la madera cuando se sierra.
SERrín. adj. Poseer cualidades de timbre o efecto de llamada aunque no se consiga.
ej.: Gas Par Llama Zares.
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servita. adj. (Del lat. Servi). Se dice de quien profesa la orden tercera fundada en Italia por San Felipe Benicio en el siglo XIII. U. t. c. s.
SERvita. adj. latinismo. Que da vida.
ej.: El agua y el Sol.
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jueves, 10 de julio de 2008

Los cortes

Al verme cabizbajo, Erre C.A. se me acercó. Juntó su cara a la mía y se me quedó mirando a los ojos.
—Estoy chungo, tío.
—¿Qué te paza, Mendugo?
—Me dan sudores y tengo bascas.
—Y yo maguebiez, he, he.
—No te rías.
—¿Qué zon bazcaz?
—Ganas de vomitar.
—No te peocupez, ezo ez un codte de diheztión.
—Y tú qué sabrás…
—Tenez dasón. No lo zé. A mi nunca m’han venido a vizitad laz bazcaz ezaz. Lo máz sedca que h’eztado de un codte siempe ha zido de uno de mangaz.
—De ésos debes entender un montón, porque como eres tan oportuno…
—No ez pod ezo. Ez podque laz mangaz ziempe m’han eztodbao y mi made me laz codtaba, liztillo.
Justo en ese momento, cuando Erre C.A. acababa su explicación y gritaba un largo no, le eché la pota encima. —¡Hode, tío! ¡Cazco, masho! ¡Cómo m’haz puezto! Oto día te codtaz laz mangaz en ves de la diheztión! Pada un día que me pono camizeta.
Os imagináis que yo no estaba para seguir la conversación.

miércoles, 9 de julio de 2008

El banco

Le vi entrar con el rabillo del ojo. Erre C.A. traía la misma cara que el que mató a Manolete. Ni le saludé. Pero él a mí sí, bueno, es un decir.
—Déhame, q’eztoy de mu mal humod.
—Yo no te he dicho nada, pero, ¿dónde has estado para recoger tan mala cosecha? En ti es raro.
—En el banco.
—No me digas más. A mi me pasa lo mismo cuando voy.
Salí del despacho, donde está el rincón preferido de Erre C.A. Antes de cerrar la puerta, escuché el monólogo que se echó cuando se vio solateras. Espero que no le importe que lo reproduzca. Aunque me da igual, porque sé de buena tinta que él va por ahí contando cosas mías. Más o menos, esto es lo que dijo:

“Pada una ves que me desido a emansipadme… No te hode el tío eze: que zi no teno nómina, que zi no teno ocupación fiha, que pada qué quiede una dana un pizo, que me confodme con un tedadio. Sedá hilipuedtaz. Y luego le digo que vivo con un ezquitod y m’esha del banco. Menoz mal que he desido vivo y no modo, que zi no... Pada ezo me pono un collad bonito... A la miedda... "

"Pabernos matao", pensé y cerré la puerta.

martes, 8 de julio de 2008

Los santos

—¿No te guztan loz Zanfedminez?
—No. No me gusta ningún santo.
—Ni al que ze le atan loz cohonez.
—¿Cuál?
—Zan Cucufato, zi no apadese lo peddido loz cohonez te ato.

—¡Ah! No, ni ése.
—Pod mi abuela lo tenía todo el día en la boca.
—¿Era muy despistada?
—No. Hugaba al bingo, y ziempe peddía. Luego llegaba a caza y desía que no encontaba el dinedo y le ataba loz…
—Ya. Ya se lo que le ataba tu abuela a San Cucufato.
—Lo que no m’ecsplico ez cómo nadisez tashaba loz númedoz en el cadtón…
—Pues como todo el mundo, con un rotulador. En mi época eran todos verdes.
—Impozible.
—¿Por qué? ¿Era manca?
—No, eda una hodmiga.
—¡Si, hombre! Y ahora me dirás que tu abuelo era un elefante.
—¿Cómo lo haz zabido?
No pude contestar, pero sí reír al acordarme del chiste en el que una hormiga vadea un río a lomos de un elefante.
—Poz no veo yo que tenga gasía —se amoscó un poco Erre C.A.
—Espera que te cuente el chiste —pero, por respeto a sus mayores no se lo conté.


lunes, 7 de julio de 2008

Risa compartida

[…]
—Te estoy hablando en serio, Erre C.A.
—Y azí teztoy ezcushando. Zi me midadas…
No tuve más remedio que asomar una sonrisa a mis labios. He de decir que, a pesar de las continuas críticas con las que bombardeaba al rano, su humor, su forma de tomarse las cosas me servían para aprender. Bien es verdad que sus obligaciones no eran las mías, pero cada uno aguantaba su vela. Siempre he pensado que se aprende a ser “responsable” si te hacen usuario de la responsabilidad, y en algunos caso, ni eso.
—Teztoy ezpedando, Mendugo. Y no zé hazta cuando voy a aguantad ezte hezto de gavedá.
—Déjalo —le dije—. En el fondo buscaba desahogarme un poco, y ya lo he hecho.
—Entonsez, ¿me puedo deíd?
—Sí. Con toda libertad.
—Vale… Pedo ahoda no tengo ganaz. ¿Me contaz un shizte?
—Sí, escucha: Va un hombre y se muere. Moraleja: no vayas.
—¿Y dónde eztá la gasia?
—Es que es un chiste para inteligentes.
—Clado. Pod ezo tú tampoco te díes, ¿no?
Fue cuando nos reímos los dos.

—¿Sabes cuando te echo más de menos, Erre C.A.?
—Cuando no como aquí.
—No. En serio. En la tristeza.


domingo, 6 de julio de 2008

La culpa es del petróleo

—Vaya nochecita que nos has dado, jodío. Te mueves más que la inflación.
—¿Y ezo qu’ez?
—Es… Siempre me haces lo mismo.
—¿El qué?
—Cambiar de tema.
—¿Pedo qué te peocupa máz, la noshe que disez tú que oz he dao o lo oto?
—Lo otro.
—Pod ezo quiedo que m’hablez de eza infasión. Que m’ezpliquez lo que ez.
—La inflación es, groso modo, un gran aumento de los precios que no beneficia a la economía y perjudica al consumidor.
—Como un manoz adiba ezto ez un ataco, ¿no? Pedo entonsez siempe hay infasión, podque zi yo me muevo musho pada loz ladoz de la cama, loz pesioz lo hasen siempe padiva.
—Pero tú lo notas poco. En cambio yo sufro ambas cosas.
—D’ezo nada. ¿Pod qué queez que me meneaba tanto anoshe? Poz podque zoñaba con el petóleo.
—Si lo que te digo, ahora va a resultar que la nochecita se la hemos debido a la subida del barril de Brend. No te jode.

sábado, 5 de julio de 2008

Palabras con vocación impropia (39ª)

Trigésima nona entrega. Segunda del prefijo -ser.
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serafín. (Del lat. seraphim, y este del hebr. serafĭm, nobles príncipes, ángeles alados). m. Rel. Cada uno de los espíritus bienaventurados que forman el primer coro. […].
SERafín. adj. Aquél que tiene propiedades comunes con los ángeles del primer coro celestial.
ej.: Madre Teresa.
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serbio, bia. adj. Natural de Serbia. U. t. c. s. […].
SERbio, bia. adj. Criado con productos ecológicos.
ej.: José Coronado de Yogur.
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seriedad. (Del lat. seriĕtas, -ātis). f. Cualidad de serio.
SERyEDAD. adj. Llegar a anciano y vivir.
ej.: El abuelo de Heidi o cualquier juez jubilado.
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seroja. (De serojo). f. Hojarasca seca que cae de los árboles. […].
SERoja. m. Excesivamente delgado hasta el extremo de poder ser llevado por el viento.
ej.: Cualquier modelo por debajo de los 50 Kg. de peso.
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sermoneo. m. coloq. Acción de sermonear.
SERmoneo. adj. Arquitecto de fama.
ej.: Rafael Moneo que dio origen al adjetivo.
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serondo, da. (Del lat. serotĭnus, tardío). adj. Dicho de un fruto: tardío.
SERondo, da. adj. Persona que ahonda en las cuestiones más profundas del alma humana.
ej.: Cualquier doncella no virgen que reclama la paternidad de su hijo por los platós televisivos.
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serpol. (Del cat. serpoll, y este del lat. serpyllum). m. Especie de tomillo de tallos rastreros y hojas planas y obtusas.
SERpol. m. anglicismo. Llamarse Pablo.
ej.: Pol McCartney.
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serrallo. m. (Del it. serraglio, este del turco saray, y este del persa sarāy, palacio, morada suntuosa) harén. […].
SERrallo. adj. Muy veloz.
ej.: Asafa Powell, jamaicano, plusmarquista mundial de los 100 metros (9.77”).
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serranil. (De serrano). m. Especie de puñal o cuchillo.
SERranil. adj. Ser rastrero y despreciable.
ej.: Diego, el actual jefe de Bea (Tele5) o Risto Mejides.
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serviciador. m. Hombre que cobraba el servicio y montazgo.
SERviciador. m. Que aboca al vicio.
ej.: Una baraja o una ruleta francesa.
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viernes, 4 de julio de 2008

Por la manchega llanura


Me he refugiado en mis libros, pero no en los que intento escribir, ése sería un error, sino en los que he leído y leo. Es una forma de locura paralela a la de don Quijote. Mas menos heroica, vulgar y destructiva. Esa mi locura no me permite luchar ni deshacer tuertos, sino defenderme de una cotidianeidad que no se ajusta en nada al sueño acariciado de un idealista sin escrúpulos. Si Alonso recuperó la cordura antes de morir, si antes del último capítulo de su Historia, don Quijote asumió buena parte del carácter de Sancho amigo, yo no quiero ni lo uno ni lo otro. Y ello prueba el alcance de mi locura.



jueves, 3 de julio de 2008

Preocupación

—No he vizto humano máz tacaño que tú, Mendugo.
—Pues entonces no conoces a muchos. Además, no soy tacaño. Reciclo papel y me hago los cuadernos del tamaño que quiero.
—Ya te digo. ¿Y loz lapisedoz ezoz tan canihoz, loz guaddabaz pada mí?
—No. Son un recuerdo de cuando programaba. Me gustaba tener un puñado con la punta afilada dispuestos para usar. Ves, más o menos, todos tienen el mismo tamaño.
—Ya. ¿Y loz bañadodez que uzaz de loz zezenta?
—No los voy a tirar. Están prácticamente nuevos.
—Tambén tevizto bodando loz cusigramaz. Clado que pod ezo uzaz lápis, ¿no?
—Son de hace mucho, y ya no me acuerdo. Podría comprarlos repetidos y no me enteraría.
—¿Y lo de guardad laz vidutaz del zacapuntaz pada ensendé la shiminea en inviedno?
—Así no contribuyo a la deforestación.
—Tú di lo que quiedaz, pedo a mí no me convensez. El que hededa no doba y tu apellido ez máz catalán que el pan tumaca.
—Parece mentira. Tú que, según dices, has sufrido tanto por los prejuicios, también los acoges en tu cabezón.
—Cabezón sedás tú, que no deconosez tuz defestoz.
—Todos vemos la paja en ojo ajeno.
—Poz cámbiameloz, a ved si vez tu viga.
—Pero qué bruto eres.
—Anda. ¿Pod qué? Miz ohoz ze dezcozen. ¿Loz tuyoz no?
—Yo no sabré nada de ranas pero tú de anatomía humana, menos.
—Ez que loz hombez no me han intedezado nunca.
—Pues a mí las ranas me están dejando de interesar, y en particular una.

Esa noche, sobre las cuatro de la mañana, me despertó Erre C.A. Sentí que me acariciaban la barba. Entreabrí los ojos y le adiviné sentado en mi almohada. Acercó su boca a mi oreja y me preguntó en voz baja:
—¿De veddad que no te peocupan ya laz danaz?
—No digas tonterías —le contesté—. Y menos a estas horas —y me volví.
Insistió.
—¿No te impodto ni un poquito?
—Un comino. Eso es lo que ahora me importas.
—Bueno, algo ez algo. ¿Te importa que duedma con vozotoz?
—Sí.
—Vez como zí timpodto. Anda duedmete que ez mu tadde, hombe, y vaz a dezpedtá a tu shica.

No se la lié porque no era el momento y andaba medio dormido. Y porque, en el fondo, me agradó su preocupación por sentirse querido. Cuando sentí su presencia entre mi shica —como él la llama— y yo, recordé las veces que mis hijos, siendo pequeños, se nos habían colado en la cama.

miércoles, 2 de julio de 2008

Recuerdos

Después de lo de ayer, conseguí que erre C.A. me contara algo. Me costó un bocadillo de Nocilla, pero lo conseguí.
—En el badio donde me quié laz cazaz edan de bado —en este punto ya había dado cuenta del bocata—. La de miz padez eztaba un poco alehada del sento podque algunos vecinos no veían con bueboz ohoz la delasión ente una camella y un león de pelushe. Mi pade, Giuzeppe, cuando sentía la tistesa en mi made, le pazaba la mano pod la hodoba y desía que aquello noz taedía zuedte. Yo no entendía el motivo por el cual viviamoz allí, podque dinedo no notaba yo que faltada. Máz tadde zupe que aquél era nuezto ezcondite. Y azí que un día mi made popuzo a mi pade que menviadan a un colehio intedno. El adgumento que uzó pada salvad laz detisensias de mi pade fue mu zensillo. ¿Sabez?, mi made fue mu inteligente.
—¿Cuál fue el argumento?
—Que eztando lehos delloz nadie podía pensá que de un león muñeco y de una camella zalieda un dano.
—Razón tenía tu madre —dije, y oculté media sonrisa—. Tienes poco de camello.
—T’entendió, eh. Cuidadito conmigo que mi pade eda un dey de la zelva.
Intenté ponerme serio y lo conseguí.
—Tranqui, tranqui. No me asustes. ¿Y qué pasó en el internado?
—Dedé poco allí. Y pazó quezquibiedon a miz padez dándolez a elegid ente pagad el tiple pòd mi manutensión o id a pod mí inmediatamente.
—Pues podías habérmelo contado antes. Por ejemplo el día que decidiste sentar tus reales en mi casa.
—Zí, hombe. Como que entonsez me hubiedaz dehado quedadme.
—Que yo sepa, jamás te he pedido que te quedes.
—Ni yo te lo he dogado nunca.
—En eso tienes razón.
—Vez, ez mehod ziempe decid laz cozaz cladaz.
—Pues ves tú, eso no veo yo que lo lleves a cabo. No, no lo entiendo.
—Clado, ez que tú tampoco tienez nada de camello.