—Un huérfano no z’emansipa nunca.
—Eso que lo dices tú.
—No, ezo lo hago yo.
—De todas formas no tengo yo muy claro que seas huérfano.
—De pade, de made y d’abueloz. Y baztante tengo pada que vengaz tú
a tocadme laz nadisez.
—Yo por lo que me toca.
—A ti no te toco yo nada.
—Podría contestarte, pero sería una grosería.
—Poz ezo que pienzaz no te lo tocadía ni hadto de vino.
—En sentido figurado...
—Pedo, ¿de qué te quehaz, tío?
—Hombre, quejarme no me gusta porque hago las cosas porque quiero.
Pero aclarar un par de cositas, sí que las aclaraba.
—Poz exhales agua y z’acabó.
—Precisamente a mi objeto de aclaración lo que menos le gusta es
que le echen agua.
—Vez, yo l’entiendo.
—Pues serás el único.
—Pedo bueno, ¿tú qu'ezpedaz de la vida? Tienez hazta un muñeco con
el que hablaz. Tú edez un pivilehiao, shiquillo.
—Sí, estoy todo el día dando palmas y gracias por tener un trapo
que me lleva la contraria en todo.
—En cazi todo.
—No, en todo.
—La consiensia ez libe.
—Y el querer y el deber opuestos.
—Ahoda zí que no t’entiendo.
—Ni falta que me hace.
—A ved zi te acladaz.
—El día que yo me aclare lo llevarás crudo.
—Entonsez que Ede Se A ezté tanquilo.
—Ese es el asunto, que al que le gustaría estar tranquilo es a mí.
—Y tú vaz y culpaz a loz demáz. Ez máz fásil, ¿no?
—Tú te crees muy listo, ¿no?
—Mida quién fue a hablad, don zabeloto.
Imagan
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