—Pero empieza el otoño.
—¡Qué zagás edez!
—EL otoño con su particular luz y sus colores ocres.
—¡Y qué bucólico!
—A mí me gusta el otoño. Más que el verano.
—Ezte vedano en padticulad, a mí tampoco. Pedo no ha zido culpa
zuya.
—Del verano, sólo me gustan las tormentas, ese olor a tierra
mojada... Bueno, y también sus horas de luz. Aunque, si no recuerdo mal, ha
habido tan solo una tormenta.
—Poz yo queo que ha habido máz d’una. Pedo de laz otaz, de laz
pazadaz pod agua, pocaz.
—Además, en verano, siempre se va mucha gente. O eso me parece a
mí.
—Normal, le hente ze va de vacasionez.; aunque otoz noz hemoz
tenido que conformad con zufid zu digod en cazita.
—No me refería precisamente a irse de vacaciones, sino
definitivamente.
—Vez, ezo ez peod que pazad
hulio y agozto en Madí. Pedo ez que en vedano, laz notisiaz zuenan máz.
—No lo había pensado, pero tienes toda la razón. Acaso sea porque
hay pocas y hacen eco.
—¿Hoy no me vaz a mandá a la calle a pod algo?
—¿Qué pasa, que le has cogido el gustillo?
—No, ez qu’eztoy ahodando.
—Ya lo sé, ¿o es que crees que no me he dado cuenta de que me
sisas? Pero, te advierto que lo llevas en la conciencia.
—Y en el bolzillo. De todaz fodmaz no zé podqué ezquibez hoy, ez
vieddnez.
—Yo escribo todos los días. Es un ejercicio.
—Pod zedá el único que hagaz. Pedo podíaz dadme un día libe,
aunque zea dudante el fin de zemana.
—De todas maneras, esta conversación está siendo un poco sosa,
¿no?
—A mí que me dehizten.
—Pues podías poner un poco de tu parte.
—¿Máz? Pedo zi Ede Se A lleva ziempe el pezo.
—En el bolsillo.
—No, zi ahoda me vaz a eztad eshando en cada laz zizaz todo el zanto
día, ya vedáz.
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