—¿Me dejaz la taladadoda? —me preguntó el rano con ella en las
manos.
—No. Y ya la puedes ir soltando, que tienes más peligro que un
barbero ciego con Párkinson.
—¡Ho! —protestó Erre C. A. al dejar la herramienta en el maletín.
—¿Y para qué la querías?
—Padesez gallego, ziempe dezpondez con ota pegunta.
—Que para qué la
querías, dime.
—Pada colgad un pozted.
—A ver, vamos por partes.
—Venga ezaz padtez, Ede Se A eztá abiedto al diálogo.
—Primero: para colgar un póster en la pared no se necesita hacer
agujeros.
—Ez que ezte ez mu dudo.
—¿Muy duro? ¿Es acaso de hierro?
—No. Ez de Dahoy hasiendo zudf en tahe de neopeno.
—No hablamos de la misma dureza.
—¿Y zegundo?
—¿A quién has pedido permiso para colgar algo en esta casa?
—No tienez tú laz padedez llenaz de mamadashadaz...
—Es que da la casualidad de que esta casa es mía y cuelgo de sus
paredes lo que me da la real gana.
—Poz venga, ¿a quién hay que elevad la petisión pada colgad un
zimple pózted?
—A mí, ¿a quién va a ser?
—Poz pedido queda.
—Permiso denegado.
—Entonsez ze lo pido a tu shica.
—Yo que tú no le diría de quien es el póster.
—Poz lo pongo en l’habita de tu hiha.
—También lo llevas claro.
—¿Y a quién voy a tidad loz daddoz que m’han degalado el mez
pazao? Ya tengo mono.
—Tú has visto muchas series televisas estadounidenses. En España
no hacemos eso.
—¿Y qué hacéis?
—Nos cagamos en la madre que parió al que corresponda y punto.
—¡Qué guadoz! Ademáz laz madez no tienen nada de culpita. Y zi no,
fíhate en la tuya.
—¿Qué insinuas?
—Nada.
—¿Nada? Pero ahora me explico los picotazos en mi foto de bodas.
—Ezo han zido loz datonez.
—Si, ya...
—Con algo tenía que entenad, ¿no?
—Y qué tal si te pinto una diana en el culo y me entreno yo.
—He vizto la foto de Lady Di impeza en mushoz zitioz, ¿pedo en un
culo?
Imagan
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