—Hoy he zoñado con loz ziete enanitoz.
—Cada uno tiene los sueños a la altura que le corresponde.
—¿Y tú con quién zueñaz?
—No lo sé, nunca me acuerdo.
—Tú t’acueddaz de pocaz cozaz. Ezo ez veddá.
—Las suficientes y necesarias. ¿Y qué pasaba en tu sueño?
—Zólo m’acueddo que Zabio el zabiendo m’eshaba una bonca mientaz
una nube ze deía.
—¿Y no te acuerdas del motivo de la bronca?
—Queo que tenía que ved con miz colladez, pedo no eztoy zegudo.
—¿No sería porque ellos se iban a la mina a trabajar y tú te
quedabas en casa?
—Poz ze iban cantando el aihó eze. Y bien contentoz.
—Igual que tú te quedabas, ¿no?
—Zi lo que petendez ez llamadme vago, dímelo a laz cladaz.
—¡Vago!
—¡Dezmemodiao!
—Venga, haz tu cama, que aquí no hay ninguna Blancanieves.
—Y tú acueddate de que hoy comemoz como todoz loz díaz.
—¿Te habrás quedado tú sin comer algún día?
—No, pedo Ede Se A ze ha quedado con hambe mushoz. El zegundo ze te olvida conztantemente.
—El cocido y la fabada son platos únicos, listo.
—Zí, y ahoda me didáz que yo no he pazado la gueda.
—Ni yo tampoco, así que malamente...
—Poz habá zido podque t’eziliazte.
—No, señor. Ni siquiera había nacido. Y si pretendes tú llamarme
viejo...
—¡Viejo!
—¡Enano!
—Me la tocaz con la...
—¡Eh! Groserías no.
—¿Y llamadme a mí enano no ez una gozedía?
—No. Es una verdad.
—Igual que tú das el tipo de Sansho Pansa
—Pero te doy capones con la barbilla.
—Zedá zi me deho. Y, ademáz, el buen pedfume viene en fazco
pequeño.
—Y el veneno.
—Poz tú no te mueddaz la lengua, pod zi acazo.
—No suelo mordérmela en ningún sentido.
—Habed, no tienez dientez.
—Pues como te dé un mordisco...
—De aquí a que lo intentez, ya ze t’ha olvidao.
Imagan
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