viernes, 17 de octubre de 2008

Un posible asesinato

—He eztado penzando zobe la Guti —me soltó Erre C.A. de buenas a primeras mientras yo clavaba una escarpia en la pared.
—Si no la conoces ni nada —le contesté sin girar la cabeza.
—Bueno, máz qu’en ella, en la palabeha eza que uzazte pada igualadnoz.
—¿Cuál?
—Pedzonahe.
—¿Y?
—Pod que padese que la uzabaz en zentido peyodativo.
—Para nada —le aclaré y me volví—. La usé en su correcta acepción relativa a los tipos que aparecen en cualquier obra literaria.
—Pedo no me compadez… —se quejó el rano—. Yo eztoy aquí, a pie de cañón. Y ella tan aguztito ahí, en el oddenadó y en tu cuaderno de notaz.
—¿Qué pretendes decir, que ella no me sufre o qué?
—Zí. Pod ahí van loz tidoz.
—Si fuera así, tampoco me explota, ni se aprovecha de mí —me golpeé suavemente la mano libre con el martillo.
—¿Que yo m’apovesho de ti…? ¿Que yo m’apovesho…? —me interrogó Erre C.A. retóricamente—. Tú eztáz mahada, shaval. Total, pod hasé la compa, la comida y la sena todoz loz díaz, que de todaz fodmaz tenez qu’hasé pada tu fámili… Ezo lo hase cualquié made. Ez lo nodmal. No te quehez tanto, anda.
Me le quedé mirando entre sorprendido, irónico y desarmado (a pesar del martillo), como el ejército rojo un 18 de julio.
—No me midez azí, que zabez que teno dasón. Ah, y no zé yo quien ecsplota a quien. Y no quiedo volvé al azunto eze.
En ese punto empezó a caer baba de mi boca abierta. No me lo podía creer, pero me acordé de su reciente intento para prestarme una ilusión de su saquete. Por eso se salvó de perecer en ese momento bajo mi martillo.
—Y ahoda didaz ezo de que cuando zea mayó lo entendedé. Poz yo no quedo entendé nada ni quesé. Y como zoy un muñeco y tu pedzonahe —dijo con cierto retintín—, no ze te ocuda hasedme cumplí añoz. Codto y siedo. Hazta luego, cocodilo.
Y allí me dejó, con las babas en la boca y en la barbilla, sin poder rechistar ni decir ni que sí ni que no y con el martillo colgando de una mano inerte. Al poco de desparecer Erre C.A. de mi vista reaccioné.
—Amen —fue lo único que pude balbucir.
Pero volvió, asomó la gaita por el hueco de la puerta y me recordó:
—Vez como laz faldaz no taen nada bueno.
Por supuesto salí detrás de él con el martillo en alto.

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