sábado, 25 de octubre de 2008

El viaje

Salí de con sensación de libertad. Atrás quedaban una gran cantidad de días subvencionados por un estado paternal. Por delante, en contra, se abrían infinitos y eternos caminos sin señalizar. Las muchas opciones complican la decisión, pero enriquecen la libertad de quien decide. Sin equipaje aún, el andar se hace más grato. Si no te paras, como suele ocurrirnos a todos, el caminar es todavía más fácil, por aquello de la inercia. Por el camino, saludos, amores y desamores, nada que complique una vida, salvo que se junten en el tiempo y en el espacio. Toda cuesta cuesta, pero es el comienzo de una bajada. He visitado barrios que me acogieron, barrios que acogí, barrios que me despreciaron y barrios que desprecié; pero en todos, la gente vive y muere igual: sin aliento. Las excepciones no cuentan, aunque sean las que más comentamos. Se me ocurrieron mil y una preguntas. Todas me las contestó el viento a su manera. No todas las entendí, no todas las aprendí, no todas me sirvieron y no todas creí. Si el viento tiene sus razones, yo también tengo las mías. Como en el colegio, también en la calle cambié un "saca" por una goma, un lápiz por dos cromos, y, haciendo balance general, me quedo en mi paz. Otra cosa es el balance particular, aquél que solamente afecta a quien mejor me conoce y menos me soporta, ése que jamás ha hecho su santa voluntad, ése que ha tragado más quina que Jesús en su calvario. Creí en él, en Jesucristo, le cambié por una revolución que ahora da risa a más de uno, y sigo en el descreimiento, aunque ya me lo crea todo. Y todo me vino grande, y una vez pasado devino en nimiedad, a lo más en una china que habitó en mi zapato una temporada. En un momento determinado, llegué a creerme alguien, y los otros caminantes me convencieron de lo contrario. La suerte y la fortuna, ni son gemelas, ni son hermanas; es más, ni se parecen. Las veces que he sido atracado a la intemperie las perdono por las otras tantas que yo atraqué. Salvo del perdón aquélla en la que me dieron a elegir entre la bolsa y la vida. Elegí la bolsa, pero coincidí con el ladrón, y allí me quedé, compuesto, sin novia, sin bolsa y sin vida. Y, encima, con la obligación de seguir caminando. El caco fue más ambicioso que yo. Y aquél asalto coincidió con un plan vial, un plan que incluía la señalización de todas las vías que partían de mi rotonda, mermadas en número respecto a las que se me habían ofrecido al salir de casa. Bien es verdad, que todas las señales informaban de lo mismo y con una única letra: T. "¿Y ahora qué?", me pregunte. Y el viento me susurró: "Muere en el intento". Y en ello ando, como aquél que ve venir de frente el tren y no es capaz de cambiar de dirección para que su cuerpo no se junte con la máquina. Ando a la espera de un milagro, que si llega , será por los pelos, no por merecerlo ni desearlo. Ahora soy mortal, mortalmente mortal, y esa condición matiza un tiempo del que no me siento propietario, ni siquiera inquilino. La flor es nuestra mientras la regamos.


La foto está bajada de http://yuyuhereiam.blogspot.com/

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