La riqueza del idioma español, que no tiene otro mérito que el uso que le dan sus hablantes, es muy grande. Se enfade el duende o no, somos nosotros quienes lo hacemos, y no él. Y no caemos en ello, en lo importante, porque el hecho es cotidiano. Y pasamos sobre ello tanto, como tiempo pasamos usándolo. Yo, cuando estudiaba inglés, por ejemplo, siempre me preguntaba cómo podía saber alguien, en determinadas conversaciones, si se hablaba de un man o de una woman. Es decir, si alguien pregunta: ¿Quién está ahí dentro, en la sala?, otro alguien le puede contestar: “The judge Smith”. Si el que contestara fuera español, nos dejaría claro si es él o ella (“El juez López” o “La juez López” o “La jueza López”). El artículo parece una tontería, un artículo (valga la redundancia) de lujo. Pero no lo es. Porque, aparte de aclaratorio, su presencia o ausencia mudan el significado de una frase, e incluso usarlo o no usarlo hace que las dos frases tengan un significado opuesto. Y si no te lo crees, lee estas dos frases cuya única diferencia es el artículo “los”:…………..Los pocos asistentes al concierto lo pasaron bien (la mayoría de asistentes se divirtió).
(Ejemplos tomados de la pág. 314, La Gramática Descomplicada, Álex Grijalbo, Taurus, 2006)

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