—Tienez mala cada, Mendugo.
—Es que me duele.
—¿El qué?
—La vida. Y no la mía.
—Ezcuzaz pada no eztad alegue.
—La metamorfosis de un ser humano en vegetal no es una excusa para
no estar alegre.
—Mida, zi me paza a mí, dadía una buena lechuga.
—Iceberg. Y no dejaría de ser chocante.
—Ezo zí ez veddá. En cambio a ti te veo como una aseituna goddal
con güezo.
—Todas las aceitunas tienen hueso, las gordales también.
—Pedo laz dellenaz d’anshoa no.
—No, esas salen de los olivos que crecen junto al mar, no te
fastidia.
—¿A que ya ze te ha pazado el dolod?
—A que no.
—¿Qué tal un ibupofeno?
—¿Qué tal si te callas?
—¿Y sed una leshuga isebed?
—No, ser respetuoso con el dolor ajeno.
—A ved zi te queez qu’edez el único con made.
—No, la que es única es ella, por lo menos para mí.
—T’asviedto que a mí me paza lo mizmo con la mía.
—Y yo que me alegro. Pero el dolor nos hace egoístas.
—Poz a mí no me duele nada.
—Tú eres la excepción que confirma la regla.
—¿Zabez? Eze dolod ze cuda con el tiempo.
—Con el mismo con el que se reproduce para otros.
—Bueno, que cada uno aguante zu vela.
—Mira, soy contrario a las herencias, pero dejar en herencia
dolor, y aún más sin muerte de por medio, no debería producirse de ninguna
manera.
—¿Y quién regula ezo?
—La Naturaleza lo tenía regulado con la muerte, pero como nosotros
pasamos de la Naturaleza...
—No pazáiz.
—¡Vaya que no!
—No. Vaiz en conta d’ella. Hazta que ze le inflen laz pelotaz y...
—Te has pasado tres pueblos.
—Y vozotoz tez continentez. Y zi zólo fuedan tez...
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